Materialidad, Pragmática y Performatividad en el Discurso Político
Un punto de partida para el estudio del discurso político puede ser el de establecer su particularidad específica. En este sentido suponemos que esta singularidad trasciende –en relación a otro tipo de discursos- la división que podemos encontrar entre los distintos tipos de géneros. Esto puede suponer una alternativa a las formas taxonómicas del estructuralismo, que suponen la diferencia en relación a la negación de los restantes elementos del sistema. El discurso político no sería entonces simplemente aquel discurso que aparece en oposición a todos los demás. Incluso aceptando esta demarcación lo único específico que podríamos decir del discurso político es lo que no es; no es discurso jurídico, discurso científico, discurso religioso, discurso médico, etc.
La cuestión de los géneros no es algo para tomar tan a la ligera, por lo menos no sin antes hacer mención a alguna de las distinciones introducidas por Bajtin. Pero antes de entrar en todo este tipo de cuestiones queremos resaltar otros aspectos del discurso político.
El aspecto centrar de este trabajo es descubrir el poder de la palabra en la política. La política aquí tampoco está planteada como un tema, una cuestión o un tópico, sino como el mismo poder y específicamente con el Estado. Aquí hay un supuesto de peso que recae sobre esta categoría. El Estado aquí está pensado como elemento fundamental que posibilita la existencia y funcionamiento de la sociedad humana . El lenguaje, más particularmente el discurso, posibilitan las relaciones de poder, o políticas, en distintos ámbitos. Los discursos –de la ciencia, de la medicina, del derecho, y el del Estado, el discurso político- hacen posible el entretejido en el que se sostienen las relaciones de poder. El lenguaje además de ser una fuente o medio privilegiado para la comunicación, es también posibilidad de acto. La performatividad del lenguaje, la propiedad por medio de la cuál el lenguaje realiza actos en el mundo parecería cobrar vital importancia en el discurso político. La teoría de los actos de habla del lenguaje es muy sugerente para el abordaje de la política –o al menos la teoría política- sin embargo su planteo, por lo menos según Austin, y tal vez en menor medida Searl, están planteadas en otra clave, o por lo menos no con el foco en la política específicamente y la cuestión de las relaciones de poder en general.
De manera que proponemos desandar esta cuestión desde otro lado. Un buen punto de partida podría ser ver que nos puede decir de esta cuestión la teoría –o teorías- política.
Partiendo de la performatividad o de la teoría de los actos de habla puede resultar relevante la teoría de la acción de H. Arendt. La palabra sería un elemento de suma importancia para la acción -así como para la condición humana dentro de sus esquema labor, trabajo, acción.
“Con palabra y acto nos insertamos en el mundo humano y esta inserción es como un segundo nacimiento, en el que confirmamos y asumimos el hecho desnudo de nuestra original apariencia física.”
Más allá de cómo la palabra acompaña la existencia física del hombre, plantea que el lenguaje hace posible la pluralidad, condición necesaria para la existencia humana, de su actividad, de la acción y la política.
“Mediante la acción y el discurso, los hombres muestras quiénes son, revelan activamente su única y personal identidad y hacen su aparición en el mundo humano, mientras que su identidad física se presenta bajo la forma única del cuerpo y el sonido de la voz”
Incluso en los mismos orígenes de la teoría política moderna Hobbes en su Leviathan dedica un capítulo al lenguaje. En sus reflexiones sobre el lenguaje este filósofo presta mucha atención a la escritura, su relación al pensamiento –y otros aspectos mentales como la reflexión y la meditación-, la posibilidad del establecimiento sistemas de categorías para la constitución de los conceptos y sus universos.
“Pero la más noble y provechosa invención de todas la del lenguaje que se basa en nombres o apelaciones, y en las conexiones de ellos. Por medio de esos elementos los hombres registran sus pensamientos, los recuerdan cuando han pasado, y los enuncian uno a otro para mutua utilidad y conversación. Sin él no hubiera existido entre los hombres ni gobierno ni sociedad, ni contrato ni paz, ni más que lo existente entre los leones, osos y lobos.”
Según esta perspectiva, el lenguaje, y a pesar de su naturaleza mentalista, constituye la base de la posibilidad del establecimiento de la misma sociedad. La importancia que da Hobbes al lenguaje es opacada por la centralidad de la categoría “contrato social”, clave bajo la que es leída canónicamente su obra. El lenguaje, en este sentido sería un elemento constituyente de este mismo contrato. Aún así, la relevancia del lenguaje para las corrientes teóricas establecidas a partir del Leviathan es marginal.
Un punto de contacto más contemporáneo entre el discurso y la teoría política se puede encontrar en la escuela de Frankfurt, en autores como T. Adorno, W. Benjamin, M. Horkheimer, H. Marcurse, e incluso, aunque enmarcado en otra corriente, J. Habermas.
En el caso de Adorno y Benjamin, aunque la referencia no sea explícita, es legítimo asumir el aporte de estos pensadores –desde la filosofía, del arte y de la teoría de los medios- para el estudio del discurso, especialmente en relación a la política.
En este sentido podemos sugerir que el pensamiento de Benjamin nos permite pensar un discurso, que tiene efectos políticos, y en particular revolucionarios. Lo novedoso de esta posición es que el discurso no está restringido a lo meramente lingüístico pudiendo adquirir formas más diversas que el de la palabra escrita. El arte, las condiciones de reproductividad de la obra de arte, los medios masivos de comunicación, entre otros fenómenos pueden manifestarse como discurso, e incluso tener efectos políticos.
“Una de las funciones revolucionarias del cine consistirá en hacer que se reconozca que la utilización científica de la fotografía y su utilización artística son idénticas. (...) Pareciera que nuestros bares, nuestras oficinas, nuestras viviendas amuebladas, nuestras estaciones y fábricas nos aprisionaban sin esperanza. Entonces vino el cine y con la sinamita de sus décimas de segundo hizo saltar ese mundo carcelario ”.
Esta perspectiva nos plantearía que el discurso no queda restringido exclusivamente a una forma lingüística y a pesar de esto, las nuevas manifestaciones del discurso –determinadas por sus condiciones de reproductividad técnica- podrían ser compatibles con los usos o finalidades de los discursos convencionales en tanto manifestaciones lingüísticas.
La imagen aparecería entonces como una nueva fuente de discurso. El discurso de la imagen o la imagen del discurso adquiere una nueva dinámica en el funcionamiento de la sociedad capitalista desarrollada. En especial cabe remarcar dentro de esta nueva dinámica, nuevos efectos, que claramente pueden ser políticos, cuando no revolucionarios. Un efecto singularmente interesante de la imagen es el de la iluminación profana.
“También lo colectivo es corpóreo. Y la physis, que se organiza en la técnica, sólo se genera según su realidad política y objetiva en el ámbito de imágenes del que la iluminación profana hace nuestra casa. Cuando cuerpo e imagen se interepenetran tan hondamente, que toda tensión revolucionario se hace excitación corporal colectiva y todas las excitaciones corporales de lo colectivo se hacen descarga revolucionaria (...) ”.
Por su lado Horkheimer y Adorno no presentaban un punto de vista tan optimista, y estas nuevas formas del arte eran meras formas, sujetas a las condiciones de producción capitalista y a la misma lógica del sistema. Estas nuevas manifestaciones más que brindar la posibilidad de una ruptura revolucionaria debían permitir el desarrollo del sistema capitalista. Incluso para estos pensadores estas nuevas formas del discurso no presentan ninguna relación específica con el contenido. Estas formas revolucionarias –en tanto innovadoreas- son solo formas independientes de cualquier contenido. Esto resultaba un tema especialmente preocupante en la Alemania de entre guerras.
“La civilización actual concede a todo un aire de semejanza. Film, radio y semanarios constituyen un sistema. Cada sector está armonizado en sí y todos entre ellos. Las manifestaciones estéticas, incluso de los opositores políticos, celebran del mismo modo el elogio del ritmo de acero.”
En el caso de H. Marcuse, plantea un análisis crítico de los mecanismos –que pueden ser considerados discursivos e ideológicos- por los cuales la Gran Sociedad, la sociedad de la opulencia, y la libertad , logra imponer su lógica unidimensional, de la infinita expansión capitalista. Específicamente en el hombre unidimensional, Marcuse dedica un capítulo al cierre del universo del discurso. En este capítulo Marcuse plantea la sutura que consigue el discurso de la democracia norteamericana. A través de los mass-media se establece un discurso totalizante que soslaya la posibilidad de pensar en términos que no estén concebidos en ese universal. Esto restringe la acción política dentro de un rango acotado por este discurso, que posibilita el funcionamiento de un sistema de crecimiento insostenible impulsado por la perpetuación de la escasez . El discurso de la administración pública –“el lenguaje de la administración total”- logra librar al lenguaje de propiedades cognitivas, intentando desprender del mismo lenguaje la posibilidad de expresar necesidades humanas básicas. La noción de unidimencionalidad aquí se podría entender como contraria a dialéctica. La unidimensionalidad no permitiría incluir uno de los momentos del diálogo, haciendo que en consecuencia el discurso circule en una sola dirección.
“El lenguaje creado por ellos aboga por la identificación y unificación, por la promoción sistemática del pensamiento y la acción positiva, por el ataque concretado contra las tradicionales nociones trascendentales. Dentro de las formas dominantes del lenguaje, se advierte el contraste entre las formas de pensamiento “bidimensionales”, dialécticas, y la conducta tecnológica o los “hábitos de pensamiento sociales”.
También marxista, pero desde una corriente distinta –estructuralista-, L. Althusser esboza en su teoría sobre la ideología y aparatos ideológicos del Estado, notas y apuntes sobre lo que podría ser considerado una teoría del discurso. En este caso Althusser utiliza las distinciones estructura/superestructura de Marx y público/privado de Gramsci, para presentar en relación a ellas las nociones de ilusión/alusión que constituirían a la ideología. Esta noción de Ideología presentaría algunas semejanzas con el signo lingüístico de F. de Saussure. A partir de que “la ideología es una “representación” de la relación imaginaria entre los individuos y sus condiciones reales de existencia” presenta dos tesis. La primera, la ideología representa la relación imaginaria entre los individuos y sus condiciones reales de existencia. Esto significa que la representación imaginaria de nuestras condiciones reales de existencia hace posible el funcionamiento del Estado. La ideología generaría una representación imaginaria necesariamente distorsionada de las condiciones reales de existencia.
“En la ideología no está, por tanto, representado el sistema de relaciones reales que gobierna la existencia de los individuos, sino la relación imaginaria de estos individuos con las relaciones reales en que viven”
La segunda tesis es que la ideología tiene existencia material. Esto implica que estas representaciones imaginarias se encuentran ligadas a las experiencias de sujetos reales en el mundo. Por esta razón la ideología necesita manifestaciones materiales de su existencia. La existencia real de la ideología se manifiesta a través de prácticas, que dan cuenta de la materialidad del discurso. Uno de los ejemplos que presenta Althusser es el de la religión. Damos cuenta de la fe, la creencia, ideología mediante prácticas, como es ir a la iglesia, asistir a misa, confesarse, realizar señales religiosas como persignarse, etc. Con esto concluye en que no hay práctica sino en y por una ideología. Noy hay ideología sino por y para sujetos.
Una conclusión sintética de estas dos tesis es que la ideología interpela a los individuos en cuanto sujetos.
En la dirección de la noción de sujeto y crítica a la estructura o post-estructuralismo encontramos posturas influyentes –si no al menos sugerentes- para la teoría política y social como la de M. Foucault. En favor de la noción de sujeto, en la arqueología del saber, plantea:
“Así es como ha tratado usted de reducir las diferencias propias del discurso, para pasar por alto su irregularidad específica, disimular lo que en él puede haber de iniciativa y de libertad, compensar el desequilibrio que instaura en la lengua: ha querido usted cerrar esa abertura. A la manera de cierta forma de lingüística, ha intentado usted prescindir del sujeto parlante; ha creído usted que se podía limpiar el discurso de todas sus referencias antropológicas, y tratarlo como si jamás hubiese sido formulado por nadie, como si no hubiera nacido en unas circunstancias particulares, como si no estuviera atravesado por unas representaciones, como si no se dirigiera a nadie”.
Intentar dilucidar la noción de discurso en la obra de Foucault implicaría una extensa discusión que podría consumir con facilidad todo este trabajo. Por esta razón, es tratado de la misma manera que los demás autores mencionados: como simple referencia.
Es difícil –y esto lo plantea el mismo Foucault- establecer puntos de inflexión, lugares donde se generen irregularidades y nuevos comienzos. Pero sin duda la aparición de Foucault –como así también algunos de sus contemporáneos como J. Derrida y G. Deleuze (y hasta F. Guattari)- puede presentar un punto de ruptura y al mismo tiempo un punto de encuentro. La ruptura es con respecto al estructuralismo, teoría dominante respecto al abordaje del lenguaje. El punto de encuentro –podría ser- con el pensamiento político, por no decir la teoría política.
Dentro de esta ruptura y más contemporáneamente podríamos mencionar la obra de E. Laclau y Ch. Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista, donde se presentó una teoría sobre la hegemonía basada en el discurso, e influenciada por varias concepciones del lenguaje de pensadores como Heidegger, Wittgenstein y Derrida. Los principios en los que se fundamentaba esta teoría es que todo objeto se constituye como objeto de discurso. Independientemente de la externalidad del objeto respecto del pensamiento, este objeto se constituye para el sujeto como un objeto discursivo. El lenguaje no se puede circunscribir al pensamiento. El discurso es material. La estructura lingüística requiere un soporte material. El límite entre lo material y lo discursivo no resulta ya tan claro. Lo material es discurso y el discurso es material. El discurso no es una simple forma y sus efectos se imponen con toda la materialidad que implica la hegemonía. La teoría de los juegos del lenguaje permite dar cuenta a estos autores como el discurso tiene efectos o poder sobre la materialidad. Estos juegos del lenguaje hacen posible una serie de interacciones en el campo de la existencia concreta generando consecuencias materiales. De aquí que de procesos discursivos se puedan generar materialidad. Wittgenstein mismo diría que lo que existe es solo aquello que puede ser dicho, y que las condiciones de existencia de los objetos en el mundo es determinada por los juegos del lenguaje, o por lo que puede ser dicho de ellos.
En definitiva el planteo de Laclau y Mouffe propone abandona la dicotomía discursivo extra-discursivo.
Lo novedoso en esta teoría es que la lucha hegemónica en torno a conflictos reales en el campo de la producción –y de la política- es en definitiva discursiva. La hegemonía sería la capacidad de establecer el discurso dominante que permitirá legitimar las relaciones de dominación que se dan en el seno de una sociedad.
En 1990, Nuevas reflexiones sobre las revoluciones de nuestro tiempo presentó, dos aportes fundamentales para la teoría del discurso. La primera, la imposibilidad de la sociedad.
“Lo ideológico no consistiría en aquellas formas discursivas a través de las cuales la sociedad trata de instituirse a sí misma sobre la base del cierre, de la fijación del sentido, del no reconocimiento del juego infinito de las diferencias. Lo ideológico sería la voluntad de “totalidad” de todo discurso totalizante. Y en la medida en que lo social es imposible sin una cierta fijación de sentido, sin el discurso del cierre, lo ideológico deber ser visto como es objeto constitutivo de lo social. Lo social existe como el vano intento de instituir ese objeto imposible: la sociedad.”
El segundo aporte significativo es la aparición del artículo Más allá del análisis del discurso, de S. Žižek, que introduce la noción real de la teoría psicoanalítica de Lacan. Esto implicaría un giro considerable en los desarrollos teóricos de esta corriente. Según esta postura existe algo que trasciende al discurso, lo real. Sin embargo, lo real se presenta como la imposibilidad del discurso.
“Debemos, por lo tanto, distinguir la experiencia del antagonismo en su forma radical, como el límite de lo social, como la posibilidad alrededor de la cual se estructura el campo social, del antagonismo como relación entre posiciones de sujeto antagónicas: en términos lacanianos, debemos distinguir en tanto real de la realidad social de la lucha antagónica.”
En este breve resumen pudimos apreciar algunas cuestiones fundamentales de las relaciones entre discurso y política, desde algunas corrientes de la teoría política. Podríamos considerar que algunos de los elementos que hemos presentado aquí pueden servir como aportes para una teoría del discurso político.
Más allá de todas estas cuestiones, el discurso político posee una especificidad lingüística que no podemos ignorar. Lo hasta aquí presentado puede seguir siendo un aspecto inherente al componente específicamente lingüístico del discurso. El interrogante entonces sería de que manera la especificidad lingüística operaría sobre el aspecto material o pragmático del discurso en los términos que hemos desarrollado hasta este punto.
Estas consideraciones sirven para poder realizar una distinción más rica sobre el discurso político. En este sentido, el discurso político no sería tan solo un discurso diferenciado de los demás discursos por simple oposición, ni tampoco definible por su contenido. El discurso político estaría íntimamente ligado al poder. Una distinción que no ha quedado clara a lo largo de este desarrollo es si el discurso político está circunscripto al Estado. Está claro que el discurso del Estado es discurso político. Pero queda por aclarar si existe discurso político fuera de este. Refiriéndonos nuevamente a Althusser –y también a Gramsci- vale la pregunta si es real esta distinción entre lo público y lo privado. Pero esto desataría preguntas como si una conversación entre madre e hija es discurso político, o si una poesía es también discurso político.
Aunque ninguno de estos casos puede ser considerado discurso político está claro que en estos casos puede estar en juego una relación de poder. De manera que a pesar de que el poder es un rasgo distintivo del discurso político, éste no se encuentra exclusivamente en el discurso político. Aunque el poder se pueda poner en juego en un sinnúmero de discursos, y que el poder se da en relación a un objeto específico –poder sobre el paciente, poder sobre los hijos, poder sobre el saber- la política y el Estado presentan una condensación de poder más intensa que en los demás campos, que por demás, están establecidos a partir de esta relación originaria.
Pero el poder en sí mismo es un elemento estanco y la palabra es la sustancia de la política. Sólo a través del lenguaje, específicamente del discurso, se puede establecer el poder.
La principal objeción a esto es la violencia, que sería –en palabras de H. Arendt- la ausencia de discurso. Pero incluso en este caso, la violencia –incluso como ausencia de discurso- es un discurso en sí mismo, ya no en términos de su contenido lingüístico o semiótico, sino en términos de su materialidad y de su significado.
Aunque también podemos argumentar que la violencia es el momento en el que se pierde el sentido. Pero esto es toda una discusión en sí misma que rebalsa la cuestión del discurso político, o por lo menos de los aspectos que nos interesa remarcar aquí.
Un punto de partida para el estudio del discurso político puede ser el de establecer su particularidad específica. En este sentido suponemos que esta singularidad trasciende –en relación a otro tipo de discursos- la división que podemos encontrar entre los distintos tipos de géneros. Esto puede suponer una alternativa a las formas taxonómicas del estructuralismo, que suponen la diferencia en relación a la negación de los restantes elementos del sistema. El discurso político no sería entonces simplemente aquel discurso que aparece en oposición a todos los demás. Incluso aceptando esta demarcación lo único específico que podríamos decir del discurso político es lo que no es; no es discurso jurídico, discurso científico, discurso religioso, discurso médico, etc.
La cuestión de los géneros no es algo para tomar tan a la ligera, por lo menos no sin antes hacer mención a alguna de las distinciones introducidas por Bajtin. Pero antes de entrar en todo este tipo de cuestiones queremos resaltar otros aspectos del discurso político.
El aspecto centrar de este trabajo es descubrir el poder de la palabra en la política. La política aquí tampoco está planteada como un tema, una cuestión o un tópico, sino como el mismo poder y específicamente con el Estado. Aquí hay un supuesto de peso que recae sobre esta categoría. El Estado aquí está pensado como elemento fundamental que posibilita la existencia y funcionamiento de la sociedad humana . El lenguaje, más particularmente el discurso, posibilitan las relaciones de poder, o políticas, en distintos ámbitos. Los discursos –de la ciencia, de la medicina, del derecho, y el del Estado, el discurso político- hacen posible el entretejido en el que se sostienen las relaciones de poder. El lenguaje además de ser una fuente o medio privilegiado para la comunicación, es también posibilidad de acto. La performatividad del lenguaje, la propiedad por medio de la cuál el lenguaje realiza actos en el mundo parecería cobrar vital importancia en el discurso político. La teoría de los actos de habla del lenguaje es muy sugerente para el abordaje de la política –o al menos la teoría política- sin embargo su planteo, por lo menos según Austin, y tal vez en menor medida Searl, están planteadas en otra clave, o por lo menos no con el foco en la política específicamente y la cuestión de las relaciones de poder en general.
De manera que proponemos desandar esta cuestión desde otro lado. Un buen punto de partida podría ser ver que nos puede decir de esta cuestión la teoría –o teorías- política.
Partiendo de la performatividad o de la teoría de los actos de habla puede resultar relevante la teoría de la acción de H. Arendt. La palabra sería un elemento de suma importancia para la acción -así como para la condición humana dentro de sus esquema labor, trabajo, acción.
“Con palabra y acto nos insertamos en el mundo humano y esta inserción es como un segundo nacimiento, en el que confirmamos y asumimos el hecho desnudo de nuestra original apariencia física.”
Más allá de cómo la palabra acompaña la existencia física del hombre, plantea que el lenguaje hace posible la pluralidad, condición necesaria para la existencia humana, de su actividad, de la acción y la política.
“Mediante la acción y el discurso, los hombres muestras quiénes son, revelan activamente su única y personal identidad y hacen su aparición en el mundo humano, mientras que su identidad física se presenta bajo la forma única del cuerpo y el sonido de la voz”
Incluso en los mismos orígenes de la teoría política moderna Hobbes en su Leviathan dedica un capítulo al lenguaje. En sus reflexiones sobre el lenguaje este filósofo presta mucha atención a la escritura, su relación al pensamiento –y otros aspectos mentales como la reflexión y la meditación-, la posibilidad del establecimiento sistemas de categorías para la constitución de los conceptos y sus universos.
“Pero la más noble y provechosa invención de todas la del lenguaje que se basa en nombres o apelaciones, y en las conexiones de ellos. Por medio de esos elementos los hombres registran sus pensamientos, los recuerdan cuando han pasado, y los enuncian uno a otro para mutua utilidad y conversación. Sin él no hubiera existido entre los hombres ni gobierno ni sociedad, ni contrato ni paz, ni más que lo existente entre los leones, osos y lobos.”
Según esta perspectiva, el lenguaje, y a pesar de su naturaleza mentalista, constituye la base de la posibilidad del establecimiento de la misma sociedad. La importancia que da Hobbes al lenguaje es opacada por la centralidad de la categoría “contrato social”, clave bajo la que es leída canónicamente su obra. El lenguaje, en este sentido sería un elemento constituyente de este mismo contrato. Aún así, la relevancia del lenguaje para las corrientes teóricas establecidas a partir del Leviathan es marginal.
Un punto de contacto más contemporáneo entre el discurso y la teoría política se puede encontrar en la escuela de Frankfurt, en autores como T. Adorno, W. Benjamin, M. Horkheimer, H. Marcurse, e incluso, aunque enmarcado en otra corriente, J. Habermas.
En el caso de Adorno y Benjamin, aunque la referencia no sea explícita, es legítimo asumir el aporte de estos pensadores –desde la filosofía, del arte y de la teoría de los medios- para el estudio del discurso, especialmente en relación a la política.
En este sentido podemos sugerir que el pensamiento de Benjamin nos permite pensar un discurso, que tiene efectos políticos, y en particular revolucionarios. Lo novedoso de esta posición es que el discurso no está restringido a lo meramente lingüístico pudiendo adquirir formas más diversas que el de la palabra escrita. El arte, las condiciones de reproductividad de la obra de arte, los medios masivos de comunicación, entre otros fenómenos pueden manifestarse como discurso, e incluso tener efectos políticos.
“Una de las funciones revolucionarias del cine consistirá en hacer que se reconozca que la utilización científica de la fotografía y su utilización artística son idénticas. (...) Pareciera que nuestros bares, nuestras oficinas, nuestras viviendas amuebladas, nuestras estaciones y fábricas nos aprisionaban sin esperanza. Entonces vino el cine y con la sinamita de sus décimas de segundo hizo saltar ese mundo carcelario ”.
Esta perspectiva nos plantearía que el discurso no queda restringido exclusivamente a una forma lingüística y a pesar de esto, las nuevas manifestaciones del discurso –determinadas por sus condiciones de reproductividad técnica- podrían ser compatibles con los usos o finalidades de los discursos convencionales en tanto manifestaciones lingüísticas.
La imagen aparecería entonces como una nueva fuente de discurso. El discurso de la imagen o la imagen del discurso adquiere una nueva dinámica en el funcionamiento de la sociedad capitalista desarrollada. En especial cabe remarcar dentro de esta nueva dinámica, nuevos efectos, que claramente pueden ser políticos, cuando no revolucionarios. Un efecto singularmente interesante de la imagen es el de la iluminación profana.
“También lo colectivo es corpóreo. Y la physis, que se organiza en la técnica, sólo se genera según su realidad política y objetiva en el ámbito de imágenes del que la iluminación profana hace nuestra casa. Cuando cuerpo e imagen se interepenetran tan hondamente, que toda tensión revolucionario se hace excitación corporal colectiva y todas las excitaciones corporales de lo colectivo se hacen descarga revolucionaria (...) ”.
Por su lado Horkheimer y Adorno no presentaban un punto de vista tan optimista, y estas nuevas formas del arte eran meras formas, sujetas a las condiciones de producción capitalista y a la misma lógica del sistema. Estas nuevas manifestaciones más que brindar la posibilidad de una ruptura revolucionaria debían permitir el desarrollo del sistema capitalista. Incluso para estos pensadores estas nuevas formas del discurso no presentan ninguna relación específica con el contenido. Estas formas revolucionarias –en tanto innovadoreas- son solo formas independientes de cualquier contenido. Esto resultaba un tema especialmente preocupante en la Alemania de entre guerras.
“La civilización actual concede a todo un aire de semejanza. Film, radio y semanarios constituyen un sistema. Cada sector está armonizado en sí y todos entre ellos. Las manifestaciones estéticas, incluso de los opositores políticos, celebran del mismo modo el elogio del ritmo de acero.”
En el caso de H. Marcuse, plantea un análisis crítico de los mecanismos –que pueden ser considerados discursivos e ideológicos- por los cuales la Gran Sociedad, la sociedad de la opulencia, y la libertad , logra imponer su lógica unidimensional, de la infinita expansión capitalista. Específicamente en el hombre unidimensional, Marcuse dedica un capítulo al cierre del universo del discurso. En este capítulo Marcuse plantea la sutura que consigue el discurso de la democracia norteamericana. A través de los mass-media se establece un discurso totalizante que soslaya la posibilidad de pensar en términos que no estén concebidos en ese universal. Esto restringe la acción política dentro de un rango acotado por este discurso, que posibilita el funcionamiento de un sistema de crecimiento insostenible impulsado por la perpetuación de la escasez . El discurso de la administración pública –“el lenguaje de la administración total”- logra librar al lenguaje de propiedades cognitivas, intentando desprender del mismo lenguaje la posibilidad de expresar necesidades humanas básicas. La noción de unidimencionalidad aquí se podría entender como contraria a dialéctica. La unidimensionalidad no permitiría incluir uno de los momentos del diálogo, haciendo que en consecuencia el discurso circule en una sola dirección.
“El lenguaje creado por ellos aboga por la identificación y unificación, por la promoción sistemática del pensamiento y la acción positiva, por el ataque concretado contra las tradicionales nociones trascendentales. Dentro de las formas dominantes del lenguaje, se advierte el contraste entre las formas de pensamiento “bidimensionales”, dialécticas, y la conducta tecnológica o los “hábitos de pensamiento sociales”.
También marxista, pero desde una corriente distinta –estructuralista-, L. Althusser esboza en su teoría sobre la ideología y aparatos ideológicos del Estado, notas y apuntes sobre lo que podría ser considerado una teoría del discurso. En este caso Althusser utiliza las distinciones estructura/superestructura de Marx y público/privado de Gramsci, para presentar en relación a ellas las nociones de ilusión/alusión que constituirían a la ideología. Esta noción de Ideología presentaría algunas semejanzas con el signo lingüístico de F. de Saussure. A partir de que “la ideología es una “representación” de la relación imaginaria entre los individuos y sus condiciones reales de existencia” presenta dos tesis. La primera, la ideología representa la relación imaginaria entre los individuos y sus condiciones reales de existencia. Esto significa que la representación imaginaria de nuestras condiciones reales de existencia hace posible el funcionamiento del Estado. La ideología generaría una representación imaginaria necesariamente distorsionada de las condiciones reales de existencia.
“En la ideología no está, por tanto, representado el sistema de relaciones reales que gobierna la existencia de los individuos, sino la relación imaginaria de estos individuos con las relaciones reales en que viven”
La segunda tesis es que la ideología tiene existencia material. Esto implica que estas representaciones imaginarias se encuentran ligadas a las experiencias de sujetos reales en el mundo. Por esta razón la ideología necesita manifestaciones materiales de su existencia. La existencia real de la ideología se manifiesta a través de prácticas, que dan cuenta de la materialidad del discurso. Uno de los ejemplos que presenta Althusser es el de la religión. Damos cuenta de la fe, la creencia, ideología mediante prácticas, como es ir a la iglesia, asistir a misa, confesarse, realizar señales religiosas como persignarse, etc. Con esto concluye en que no hay práctica sino en y por una ideología. Noy hay ideología sino por y para sujetos.
Una conclusión sintética de estas dos tesis es que la ideología interpela a los individuos en cuanto sujetos.
En la dirección de la noción de sujeto y crítica a la estructura o post-estructuralismo encontramos posturas influyentes –si no al menos sugerentes- para la teoría política y social como la de M. Foucault. En favor de la noción de sujeto, en la arqueología del saber, plantea:
“Así es como ha tratado usted de reducir las diferencias propias del discurso, para pasar por alto su irregularidad específica, disimular lo que en él puede haber de iniciativa y de libertad, compensar el desequilibrio que instaura en la lengua: ha querido usted cerrar esa abertura. A la manera de cierta forma de lingüística, ha intentado usted prescindir del sujeto parlante; ha creído usted que se podía limpiar el discurso de todas sus referencias antropológicas, y tratarlo como si jamás hubiese sido formulado por nadie, como si no hubiera nacido en unas circunstancias particulares, como si no estuviera atravesado por unas representaciones, como si no se dirigiera a nadie”.
Intentar dilucidar la noción de discurso en la obra de Foucault implicaría una extensa discusión que podría consumir con facilidad todo este trabajo. Por esta razón, es tratado de la misma manera que los demás autores mencionados: como simple referencia.
Es difícil –y esto lo plantea el mismo Foucault- establecer puntos de inflexión, lugares donde se generen irregularidades y nuevos comienzos. Pero sin duda la aparición de Foucault –como así también algunos de sus contemporáneos como J. Derrida y G. Deleuze (y hasta F. Guattari)- puede presentar un punto de ruptura y al mismo tiempo un punto de encuentro. La ruptura es con respecto al estructuralismo, teoría dominante respecto al abordaje del lenguaje. El punto de encuentro –podría ser- con el pensamiento político, por no decir la teoría política.
Dentro de esta ruptura y más contemporáneamente podríamos mencionar la obra de E. Laclau y Ch. Mouffe, Hegemonía y estrategia socialista, donde se presentó una teoría sobre la hegemonía basada en el discurso, e influenciada por varias concepciones del lenguaje de pensadores como Heidegger, Wittgenstein y Derrida. Los principios en los que se fundamentaba esta teoría es que todo objeto se constituye como objeto de discurso. Independientemente de la externalidad del objeto respecto del pensamiento, este objeto se constituye para el sujeto como un objeto discursivo. El lenguaje no se puede circunscribir al pensamiento. El discurso es material. La estructura lingüística requiere un soporte material. El límite entre lo material y lo discursivo no resulta ya tan claro. Lo material es discurso y el discurso es material. El discurso no es una simple forma y sus efectos se imponen con toda la materialidad que implica la hegemonía. La teoría de los juegos del lenguaje permite dar cuenta a estos autores como el discurso tiene efectos o poder sobre la materialidad. Estos juegos del lenguaje hacen posible una serie de interacciones en el campo de la existencia concreta generando consecuencias materiales. De aquí que de procesos discursivos se puedan generar materialidad. Wittgenstein mismo diría que lo que existe es solo aquello que puede ser dicho, y que las condiciones de existencia de los objetos en el mundo es determinada por los juegos del lenguaje, o por lo que puede ser dicho de ellos.
En definitiva el planteo de Laclau y Mouffe propone abandona la dicotomía discursivo extra-discursivo.
Lo novedoso en esta teoría es que la lucha hegemónica en torno a conflictos reales en el campo de la producción –y de la política- es en definitiva discursiva. La hegemonía sería la capacidad de establecer el discurso dominante que permitirá legitimar las relaciones de dominación que se dan en el seno de una sociedad.
En 1990, Nuevas reflexiones sobre las revoluciones de nuestro tiempo presentó, dos aportes fundamentales para la teoría del discurso. La primera, la imposibilidad de la sociedad.
“Lo ideológico no consistiría en aquellas formas discursivas a través de las cuales la sociedad trata de instituirse a sí misma sobre la base del cierre, de la fijación del sentido, del no reconocimiento del juego infinito de las diferencias. Lo ideológico sería la voluntad de “totalidad” de todo discurso totalizante. Y en la medida en que lo social es imposible sin una cierta fijación de sentido, sin el discurso del cierre, lo ideológico deber ser visto como es objeto constitutivo de lo social. Lo social existe como el vano intento de instituir ese objeto imposible: la sociedad.”
El segundo aporte significativo es la aparición del artículo Más allá del análisis del discurso, de S. Žižek, que introduce la noción real de la teoría psicoanalítica de Lacan. Esto implicaría un giro considerable en los desarrollos teóricos de esta corriente. Según esta postura existe algo que trasciende al discurso, lo real. Sin embargo, lo real se presenta como la imposibilidad del discurso.
“Debemos, por lo tanto, distinguir la experiencia del antagonismo en su forma radical, como el límite de lo social, como la posibilidad alrededor de la cual se estructura el campo social, del antagonismo como relación entre posiciones de sujeto antagónicas: en términos lacanianos, debemos distinguir en tanto real de la realidad social de la lucha antagónica.”
En este breve resumen pudimos apreciar algunas cuestiones fundamentales de las relaciones entre discurso y política, desde algunas corrientes de la teoría política. Podríamos considerar que algunos de los elementos que hemos presentado aquí pueden servir como aportes para una teoría del discurso político.
Más allá de todas estas cuestiones, el discurso político posee una especificidad lingüística que no podemos ignorar. Lo hasta aquí presentado puede seguir siendo un aspecto inherente al componente específicamente lingüístico del discurso. El interrogante entonces sería de que manera la especificidad lingüística operaría sobre el aspecto material o pragmático del discurso en los términos que hemos desarrollado hasta este punto.
Estas consideraciones sirven para poder realizar una distinción más rica sobre el discurso político. En este sentido, el discurso político no sería tan solo un discurso diferenciado de los demás discursos por simple oposición, ni tampoco definible por su contenido. El discurso político estaría íntimamente ligado al poder. Una distinción que no ha quedado clara a lo largo de este desarrollo es si el discurso político está circunscripto al Estado. Está claro que el discurso del Estado es discurso político. Pero queda por aclarar si existe discurso político fuera de este. Refiriéndonos nuevamente a Althusser –y también a Gramsci- vale la pregunta si es real esta distinción entre lo público y lo privado. Pero esto desataría preguntas como si una conversación entre madre e hija es discurso político, o si una poesía es también discurso político.
Aunque ninguno de estos casos puede ser considerado discurso político está claro que en estos casos puede estar en juego una relación de poder. De manera que a pesar de que el poder es un rasgo distintivo del discurso político, éste no se encuentra exclusivamente en el discurso político. Aunque el poder se pueda poner en juego en un sinnúmero de discursos, y que el poder se da en relación a un objeto específico –poder sobre el paciente, poder sobre los hijos, poder sobre el saber- la política y el Estado presentan una condensación de poder más intensa que en los demás campos, que por demás, están establecidos a partir de esta relación originaria.
Pero el poder en sí mismo es un elemento estanco y la palabra es la sustancia de la política. Sólo a través del lenguaje, específicamente del discurso, se puede establecer el poder.
La principal objeción a esto es la violencia, que sería –en palabras de H. Arendt- la ausencia de discurso. Pero incluso en este caso, la violencia –incluso como ausencia de discurso- es un discurso en sí mismo, ya no en términos de su contenido lingüístico o semiótico, sino en términos de su materialidad y de su significado.
Aunque también podemos argumentar que la violencia es el momento en el que se pierde el sentido. Pero esto es toda una discusión en sí misma que rebalsa la cuestión del discurso político, o por lo menos de los aspectos que nos interesa remarcar aquí.
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