Política & Deconstrucción: El impacto del pensamiento de Derrida en la política

Políticas de la deconstrucción: ó el impacto del pensamiento de Derrida en la política.[1]

 

Me parece que el muy citado sarcasmo de Irving Howe –“Esta gente no quiere tomar el poder, sólo quiere tomar el departamento de Inglés” –sigue siendo una importante crítica a esta izquierda académica.

 

R. Rorty “Deconstrucción y Pragmatismo”.

 

Es una gran suerte que está atada a la aventura histórica de la democracia, claramente europea, y a la cual la reflexión política y filosófica no pueden dejar de prestar atención y no debe confinar a la literatura al reino de lo doméstico o de lo privado.

 

J. Derrida “Notas sobre Deconstrucción y Pragmatismo”.

 

El interrogante principal que intentaremos desarrollar aquí es sobre el impacto que tuvo el pensamiento de Derrida en (o para) la política.

A primera vista uno estaría tentado en decir ninguno. Esto es, del proyecto de la deconstrucción no se desprende claramente ni necesariamente un proyecto político concreto, como pudo hacerlo, por ejemplo la propuesta filosófica de Marx. Con esta observación no hacemos otra cosa que marcar que no existe un partido político de la “deconstrucción” o que se identifique plena o parcialmente con esta.

Pero antes de apresurarnos a plantear algo tan tajante como que la deconstrucción o el pensamiento de Derrida no ha tenido consecuencias políticas deberíamos detenernos a analizar varias cuestiones.

En primer lugar es necesario hacer las distinciones de la política formal o desde el aspecto institucional y la política como el acto pragmático de la distinción entre el amigo y el enemigo (Schmitt, Derrida: 1998) independientemente del ámbito. Otra distinción muy útil -que sí podríamos decir- que Derrida plantea de manera innovadora a partir de la literatura es la de lo público y lo privado. En tercer lugar podríamos distinguir la reflexión política -desde las ciencias humanas- de la política como acto pragmático.

Esta reflexión no podría estar completa sin detenernos en la deconstrucción misma. Esto es lo que nos vuelve a llevar al mismo punto de partida. ¿Cómo a partir de una teoría de la escritura y el estatuto de las ciencias humanas se afecta a la política?

Este es un esquema básico del planteo que nos proponemos desarrollar en este trabajo.

 

Partiendo estrictamente desde el pensamiento político podría surgir la pregunta sobre cual es la importancia o la necesidad de leer a Derrida. Existe una perspectiva hegemónica en el pensamiento político que dado cierta estrechez y reduccionismo no encontraría vínculo necesario entre la obra de Derrida y la literatura especializada en la materia. Este problema permite vislumbrar el objetivo de este trabajo: la necesidad de especificar el aporte de la deconstrucción al pensamiento político. Con esto tampoco estamos diciendo que la deconstrucción plantee la centralidad de la política, pero aún así sería innegable reconocer su influencia en este ámbito.

 

Al mismo tiempo que realizamos este planteo sobre la relevancia del interrogante aquí presentado nos encontramos con el plano de la escritura, o mejor dicho la literatura sin excluir a la filosofía. Aquí aparece el innegable título que  propone estas jornadas, el amor a Derrida, o en sentido más amplio el amor por la escritura y la filosofía. Es muy difícil en este intento de plantear cualquier cuestión sobre Derrida no quedar atrapado en la elipsis de la escritura. Si vamos a hablar de Derrida –aunque sea de sus implicancias políticas (o al menos las de su pensamiento)- es muy difícil no tener en cuenta aquello que nos enamoró de Derrida. Este problema ineludible no deja de marcar la cuestión conflictiva que aquí nos proponemos abordar.

Aquí hay un planteo pragmático que tiene que ver con la política que es distraído por la literatura y si se quiere por la filosofía. Pero esa distracción es nada menos que el meollo del asunto. La tensión entre ese amor y el sentido del deber, desde el punto de vista del derecho es –de alguna manera- la cuestión o el problema que se quiere señalar visto desde ese umbral del margen.

Esto significa que si efectivamente hay algún impacto, alguna marca de Derrida en el pensamiento política, ¿que implica esto? ¿Dónde está esa marca? ¿Cuál es la huella derridiana en el pensamiento político?

Aquí hay una cuestión sustantiva y otra atributiva. En algunas cuestiones Derrida se topa con la política pero que esta no es más que un atributo de otra cosa, o para decirlo de otra forma, como adjetivo.

Lo político como algo atributivo o como adjetivo significa que lo político no tiene un sentido sustantivo[2].  Lo político como algo sustantivo significa que lo político aparece como algo central a la reflexión y no como implicancia o adjetivo. El horizonte estaría trazado entre estos dos extremos. Si aquello que planteare algo atributivo para lo político, muy de seguro nos dará la fuente de la marca derridiana que deberíamos distinguir en el pensamiento político. De lo sustantivo no podríamos decir lo contrario.

Cuando me refiero a lo político como sustantivo aparece una combinación que nos exigiría considerar cuestiones que exigen abordar todas estas cuestiones, como Platón, Cicerón, C. Schmitt y S. Freud, Maquiavelo, Hobbes, incluso todos juntos (Derrida 1998).

En resumidas cuentas esta introducción plantea ciertas cuestiones e intentó marcar algún recorrido que nos permita dar cuenta lo que presume el título. Esto es el vínculo entre el pensamiento de Derrida y lo político.

Nos pareció relevante mencionar tres distinciones que aparecen en la obra de Derrida que pueden llegar a tener implicancias -en algún sentido- políticas.

La primer distinción es la de lo político en un sentido muy reducido –como contrario o resistente al pensamiento de Derrida- y un sentido más íntimo y plantea lo político en un sentido muy amplio. Esto es lo político como la distinción schmitteana del amigo y el enemigo, algo que no puede ser reducido a lo meramente institucional.

La segunda es la distinción entre lo público y lo privado en relación a la literatura. Como la aparición de la literatura, en un lugar particular como pudo ser Europa, y como esta permitió el surgimiento de la democracia. La distinción que permite hacer la literatura entre lo público y lo privado permite el surgimiento de la democracia.

La tercera es la distinción entre lo político en tanto acción de la reflexión o el pensamiento político a partir de las ciencias humanas.

Si estas distinciones o cualquier otra cuestión derridiana hubiera influido al menos en el pensamiento político nos preguntamos sobre las marcas que podemos encontrar en el mismo. Esto significa identificar estas marcas en el discurso de la filosofía y la reflexión política.

 

La primera cuestión la de pensar la política en términos estrictos de la administración opuesto a una cuestión más íntima que está implícita en una lógica que se da en un ámbito mucho más amplio que el de la administración al mismo tiempo que se presenta como su negación categórica. Aquí no podré hacer más que ceñirme a una discusión particular que podemos encontrar en “De la hostilidad absoluta: La causa de la filosofía y el espectro de lo político” en “políticas de la amistad”. (Derrida, 1998). Tomamos esta referencia porque creemos que aquí existe una mención directa a la cuestión de lo político en términos que indefectiblemente lo ubican completamente opuesto a cualquier noción de administración. La referencia a la noción de lo político de C. Schimitt aquí es fundamental.

En políticas de la amistad Derrida comienza por preguntarse por la amistad y esta confraternización que hacen la comunidad política. La distinción entre el amigo y el enemigo está presente desde la primer oración del texto. Pero es Cicerón quien con la aceptación: “-Oh amigos míos, no hay ningún amigo.” (Derrida, 1998. p:17) instala la cuestión del amigo y el enemigo. En un punto de esta reflexión, cuando Derrida se pregunta sobre la “hostilidad absoluta”, esto es el fin último a partir de que se entabla esta diferencia determinante, que pone de un lado y del otro a uno y otro.

En este punto –creo yo- que Derrida señala una cuestión que hace directamente a lo político. Como el mismo principio nietzscheano de que la luz extrema enceguece, esta reflexión sobre la política está tan específicamente apuntado hacia lo político que cuesta creer que no se haya manifestado ya claramente a los ojos del pensamiento político.

La “hostilidad absoluta” no es una cuestión menos sino el principio que hay política. La guerra como posibilidad real. Esto es, detrás de cada situación real en la que se manifiesta lo político está la posibilidad concreta de la guerra. Esto es, lo político se funda en la presuposición elemental de la “guerra de todos contra todos” (Ibid. 133.)

Aquí hay dos cuestiones fundamentales que debemos tener bien presentes para avanzar en esta cuestión del concepto de lo político. Uno es el carácter polémico de lo político. Segundo el carácter empedocliano de la noción de Freud sobre las pulsiones de vida y destrucción asociadas a Eros y Tánatos.

Lo polémico es aquí casi un atributo de lo político. Esto no es de algún contenido específico sino de lo político mismo. Lo polémico es entonces el elemento que brinda el carácter de lo político. En el texto de Derrida esta noción de Schmitt es tan clara que aparece citada en su cuerpo principal.

“El carácter polémico domina sobre todo el uso del propio término “político”, ya sea que se moteje al adversario “apolítico”, ya sea que se lo pretenda a la inversa descalificar y denunciar como “político”, con el fin de mostrarse uno mismo por encima de él en su calidad de “apolítico” [en el sentido puramente objetivo, puramente científico, puramente moral, puramente jurídico, puramente estético, puramente económico, o en virtud de cualquier otra de estas purezas][3]

 

Son estas palabras de Schmitt las que perfilan lo político a partir del mecanismo de esta distinción amigo / enemigo a partir del principio de lo polémico. Esta impureza es lo propiamente político. Esto irreducible en todos estos ámbitos mencionados, Esta reducción que ya no se pregunta sobre que significa o requiere para distinguir al amigo del enemigo sino más bien quien se identifica con cada uno. La impureza confusa que provoca un sentido polémico que se manifiestan siempre en un campo polémico es en un sentido lo político. Esto intenta plantear que la política contamina todo lo que no necesariamente sea político. El carácter polémico es el portador en estado puro del elemento político.

El intento de Schmitt es el de aislar esa impureza presente en una serie distintas de esferas para aislar lo propiamente  político. Esto sorprende a Derrida, que Schmitt se preocupe por encontrar lo específicamente político.

 

“Esos esfuerzos despliegan la tensión misma de este extraño libro. Y su efeicacia se advierte especialmente en el pasaje consagrado al sentido polémico de lo político. No se tratará del contenido polemológico del concepto de lo político, en cuanto implica el enemigo, la guerra, el polemos, esto es, en cuanto concepto de lo polémico. Tan solo se tratará como hemos anunciado, del uso polémico de este concepto de lo político, de su uso concreto, de la modalidad práctica y efectivo de si puesta en práctica, digamos, de su realizabilidad misma. Esa necesidad no puede dejar intacto un presunto discurso teórico sobre el tema, un metadiscurso, un discurso meta-polémico, un discurso polemo-lógico o políto-lógico.”

 

Justamente esto es lo que logra reconocer Derrida en el discurso Schmittiano, esta doble dificultad de desarrollar un discurso de lo puramente político, aquello que no se corresponde con ninguna esfera particular, que contamina todas las demás, y que por cierto no puede asirse por meta-discursos por su poderoso componente pragmático.

Llegamos a un punto donde pareciera muy derrideana la pregunta que dinamiza este trabajo.

La distinción amigo / enemiga se funda en la noción real y posible de la guerra que origina la conducta específicamente política. Esta distinción que se da a través de la decisión singular se hace necesaria frente la excepción de la regla, en tanto acontencimiento. La decisión es la guerra –la hostilidad absoluta- que se ve obligada a oponer, discriminar a uno de los términos a través de esta distinción.

Pasemos a la referencia freudiana en este asunto. La cita de “Análisis terminable e interminable” de Freud que da pie a este texto rastrea la tensión entre las pulsiones de vida y destrucción a Empédocles. Aquí sospechamos que Derrida intenta señalar algo que nos propone Schmitt a la luz del psicoanálisis. Si lo político ya se lo desprende de todo lo estrictamente político para ver su misma esencia. Esto es la esencia de lo político no reside en algo específicamente político más allá de lo polémico, entonces lo político no es algo que se desarrolla en algún lugar específico sino en todo ámbito.

Aquí habría un intento de detectar en la actividad pulsional un motor de esta diferenciación. La tensión entre las pulsiones de vida y destrucción es la misma –a lo sumo similar- a la tensión entre amigo y enemigo. En tal caso estas pulsiones responden a una lógica similar en tanto unen y separan.

Esta operación de articular este principio de Empédocles presente en la teoría psicoanalítica para dar cuenta de un problema sobre la especificidad de la política plateada por Schmitt es en buena medida útil y novedoso para el pensamiento politológico.

La novedad aparece si consideramos este aspecto como el telos de la política. La presencia real de esa tensión, y ya no el contenido específico de tal o cual fin o política, es lo que presenta el telos de la política. Esto es: “La vida que se opone a ella msima, y no a la muerte (…).” (Ibid. P: 154.).

 La política aquí aparece como un presencia espectral que aparee virtualmente simbolizando aquello a lo que hay que apelar para resistir su mismo retorno, en algún caso exorcizarlo, en tanto que hablamos de la condición de guerra. Esto es la hostilidad absoluta. Esa constante amenaza real y constante de la guerra que apresura la política como algo inevitable. Esta guerra u hostilidad absoluta: “Tiene una estructura teleológica inmanente, es auto y tauto-teleológica (la guerra pretende la muerte del enemigo, etc.) incluso si, o más bien, porque, ese telos político es irreductible a cualquier otro” (Ibidem p:156.).

Hasta aquí desarrollaremos esta cuestión. De todo esto tiene que quedar claro que tal vez el mayor aporte que podamos rastrear aquí se encuentra estrictamente opuesto al de la política como la administración que puede ser confundido con lo estrictamente político. En este caso el aporte más que a las cuestiones de la inmanencia administrativa es al campo de apertura que puede dar lugar en el sendo de la sociedad democrática a la politización de ciertas cuestiones que a pesar de que aparentemente no contengan un contenido político pueden ser politizadas desde su enfoque polémico.

 

La segunda distinción que hemos planteado, la invención de la literatura en europa y la distinción público y privado y su relación con el surgimiento de la democracia. Aquí necesitamos marcar que esta distinción que presenta Derrida respecto a la literatura no tiene que ver tanto con un aspecto privado sino más bien con el secreto, que no puede ser reducido a esta categoría. El secreto que a pesar de no se puede reducir a lo privado se opone a lo público. El secreto es la atribución de saber algo que se encuentra oculto a lo público y que entonces se hace susceptible a ser contado. Con el secreto aparece el derecho a decir algo. Este secreto a si como no puede ser reducido a lo privado, tampoco lo es a lo público y justamente aparece en la base de esto creando una apertura que representa el umbral de la puerta de entrada a lo público[4].

Lo importante a señalar aquí es la relación que establece Derrida sobre la literatura y la democracia. Una afirmación de similares dimensiones a la afirmación Weberiana sobre la relación de la ética religiosa y el modo de producción, específicamente el protestantismo y la aparición del capitalismo.

Para Derrida es determinante, la democracia y la literatura están estrechamente relacionadas:

 

La literatura es una institución pública de reciente invención, con una historia breve, comprativamente, gobernada por todo tipo de convenciones vinculadas a la evolución de la ley, lo que permite, en principio, tener algo para decir. Por lo tanto, lo que define a la literatura como tal, dentro de una cierta historia europea, está profundamente conectado con una revolución de la ley y la política: la autorización por principio de que algo puede decirse públicamente. En otras palabras no soy capaz de separar la invención de la literatura, la historia de la literatura, de la historia de la democracia[5].

 

Este podría ser un aporte novedoso para el pensamiento político. Este podría ser un punto en el que una teoría de la escritura puede tener relevancia para el pensamiento político. En este caso la conexión entre literatura y democracia. Pero la cuestión de encontrar estos dos términos abre una nueva serie de problemáticas sobre las cuales reflexionar a partir de la teoría política.

 

La tercer distinción entre lo político opuesto a la reflexión sobre lo político. Está claro que la actividad filosófica no tiene como propósito manifestarse como un acto político[6]. A pesar del comprensible divorcio entre pensamiento político y política, reconocemos la posibilidad que el pensamiento político pueda manifestarse materialmente como un proyecto político. Habíamos mencionado el marxismo como ideología basada en la obra de Marx, al mismo tiempo que señalamos como distintos partidos y regímenes políticos fundamentaron su ideología y existencia en el pensamiento de Marx. Aquí no es relevante la discusión sobre si el comunismo stalinista encarnaba el pensamiento de Marx como que Stalin haya podido articular exitosamente la noción de que ese comunismo que se vivía era efectivamente la sociedad comunista. Aún así el pensamiento de Marx fue fundamental para que ello sucediera. En este punto particular nos preguntamos sobre las diferentes influencias que pudo tener la obra derridiana en la política y el en pensamiento político. La respuesta es muy dispar, porque a pesar que creo que la deconstrucción ha tenido una influencia muy pobre sobre la política, pero ha recibido –a pesar de todo lo que reconocemos- con algo más de entusiasmo, repercusión en la comunidad académica de las ciencias humanas. La obra de Derrida tal vez no haya tenido demasiado repercusión política como ha podido tener un efecto preformativo y sus consecuencias prácticas son algunas formas bajo las cuales se han trazado ciertas comunidades académicas, como lo que hoy incita estas palabras y se manifiesta en estas jornadas. Está claro que la marca en la escritura de las ciencias sociales –y esto dicho casi con ímpetu filológico- que ha dejado Derrida es mucho más profundo.

El mayor aporte de la deconstrucción para el pensamiento político es la perspectiva, el punto de vista desde el que debemos empezar a considerar algunos aspectos de los problemas políticos. Aquí tal vez el componente político ocupa un lugar secundario frente al componente filosófico, epistemológico y hasta en cierto sentido científico.

Hasta aquí está claro que en la distinción entre lo político y la reflexión política consideramos que la mayor consecuencia pragmática del pensamiento derridiano es la posibilidad de cierto establecimiento de algún sector no hegemónico dentro de la comunidad académica. Esto podría ser considerado la consecuencia política más marcada del pensamiento derridiano hasta el momento. Esto, considerado como un fenómeno distinto al del impacto del pensamiento derridiano –y sin caer en una noción platónica- en el mundo de las ideas. Estas cuestiones son distintas, pero aún así guardan cierta relación.

Aquí deberíamos mencionar que el pensamiento derridiano -en los confines (del pensamiento)- ha ejercido cierta influencia sobre el arte. Son muchos los autores que reconocen cierta incomodidad utilizando el término “deconstrucción”. ¿Que designa ese término? Sin poder contestar esta pregunta con una respuesta acabada, pero sin otra opción que tener que seguir usando la misma palabra utilizo “deconstrucción” como la ultima que encuentro para hacer referencia a cierto ámbito y principios teóricos que pueden ser rastreados en obras como las De Jaques Derrida y Paul De Man.

Esta distinción es útil si queremos rastrear con que cosas se suele asociar la deconstrucción. Puntualmente estoy pensando cuan a menudo se utiliza la palabra deconstrucción en Arte. Si googlearamos –que ya es un verbo aceptado por la real academia española- las palabras art y deconstruction encontraremos 2,930,000 resultados[7]. Si agregamos el nombre Derrida a esta búsqueda el número queda reducido a 291,000. No es tanto el animo de cuantificar sino como referenciar a algo el simple fenómeno que con cierta frecuencia escuchamos artistas que utilizan la palabra deconstrucción para hacer algún tipo de descripción de lo que hacen con su obra.

Esto para decir que la deconstrucción ha tenido cierta influencia en el arte. Es muy posible que la deconstrucción juegue el papel –según la categoría que introduce Laclau- de un significante vacío. Deconstrucción es un significante que flota en una maraña discursiva que traza el ámbito de lo que se puede decir en una sociedad –como decirse a sí misma como sociedad (que es imposible). La manera en que este término logre entrar en cadena de equivalencia con otro significante distinto favorece a la constitución de un orden hegemónico (Ch. Mouffe & E. Laclau, 1985). Esto resumido muy burdamente, la deconstrucción ya no solo hace referencia al pensamiento de Derrida, sino que además hace referencia a cierto movimiento artístico, académico, etc, que a pesar de no tener nada en común en referencia al contenido explícito o significado común –más allá de que se identifiquen utilizando distintamente- con esa palabra. Esto sería justamente una forma de tener una noción del efecto político del pensamiento o las ideas. Lo político aquí sería la manera en que se articula diferencialmente un mismo significante (Laclau, 2003), como es en este caso la deconstrucción.

La manera en la que damos cuenta el alcance político pragmático del pensamiento derrideano está incluso contaminado por sí mismo. Es decir, que apelemos a Muffe y Laclau –así como a Rorty o Zizek- un fenómeno que puede estar asociado si no al menos en algún punto influenció o inspiró algún tipo de afinidad. Otra cuestión menos curiosa es que todos estos pensadores reflexionan sobre lo político o la política.

Antes de avanzar por el aspecto de la reflexión política como opuesto política como acto, vale mencionar que el pensamiento y obra de Derrida han tenido cierto apego y acogida en ciertos ambitos, pero en definitiva la deconstrucción –ni que alguna vez lo hubiera pretendido- no prosperó como proyecto político. Tampoco podemos decir que ha pasado desarpecibido o que se ha inscripto silenciosamente en los anaqueles de la filología. Reconocemos que no hay un proyecto político en términos que no ha habido algún tipo de articulación de ese carácter en nombre del pensamiento de Derrida. Así mismo reconocemos que la forma en que vemos las cosas, en particular la política, han sido afectadas por las sospechas derrideanas.

Respecto a la reflexión política, como dijimos Derrida no es hoy en día una referencia necesaria para cualquier estudiante ciencia o filosofía política. ¿De que manera llega a la comunidad académica especializada en la reflexión política el pensamiento de Derrida? ¿Cuál es entonces esa consecuencia –ya si no en la política pragmática- en el pensamiento sobre la política o lo político?

De la misma manera que es incómodo utilizar la palabra deconstrucción lo es con posestructuralismo. Existe un grupo de filósofos abocados a la reflexión política que en sus trabajos han sido de alguna manera tocados por Derrida.

Avanzar aquí por este sendero haría conveniente mencionar algún tipo de mención al volumen que compila una discusión entre Ernesto Laclau, Chantal Mouffe, Richard Rorty[8]. Aunque no participare de esta obra podríamos considerar también a Slavoj Zizek. Este grupo a pesar de sus diferencias irreducibles presentan algún tipo de convergencia en un irregular y fragmentado frente que al menos es necesario reconocer como contrahegemónico. Esto ya debería ser en algún sentido un acto pragmático de la política.

La influencia Derridiana en la reflexión de la política sigue ejerciendo mucha influencias pero no sin experimentar muchas resistencias.

Señalamos estas referencias de la teoría política contemporánea que en ningún caso se trata de discípulos sino que más bien duros interlocutores en varias discusiones. Estás discusiones sin embargo nos pueden ayudar a pensar algunos alcances de la deconstrucción en el pensamiento político.

Para el caso de Laclau admite que la deconstrucción ha brindado un aporte al punto de vista desde el que encara la constitución de los social y esto implicaría ampliar un espacio de lo político. En segundo lugar platea un aporte por la radicalización de la sociedad democrática al abrir un espacio de indecibilidad que genera una tensión irreducible que hace posible la política[9].

Laclau plantea que la deconstrucción debiera tener el elemento de la articulación hegemónica. Mediante esta articulación hegemónica se logra un efecto de radicalización política[10]. Otro punto de contacto importante aquí es la teoría lacaniana. La teoría de la hegemonía opera con la misma lógica del objeto a del esquema lacaniano pero en la política. Esto sirve para decir que el elemento lacaniano del pensamiento derrideano, a pesar de lo distante que pueda parecer en términos de pertenecer a la disciplina del psicoanálisis, resulta muy atractiva para ciertos sectores académicos de distintas disciplinas.

Rorty reconoce que la deconstrucción ha tenido un imacto positivos –si se quiere- y otro negativo. Básicamente distingue dos grupo, uno que ha realizado una buena lectura de la obra de Derrida y otro que lo ha hecho mal. En parte la mala lectura de la obra de Derridá se debe a asociarlo con Foucault bajo el nombre de posestructuralistas convirtiéndolo en un crítico del humanismo. Reconocé que hay poco en común entre la obra de estos dos pensadores salvo la sospecha nietsztcheana.

Lo que rescata de positivo de la buena lectura de Derrida es que reconoce cierto optimismo y espíritu humanista. Pero no ve en el pensamiento de Derrida un elemento radical que deba ser utilizado dentro de un ámbito privado. Asume aquí una posición reformista reservando la radicalidad propuesta de la deconstrucción como una forma de ironismo privado[11].

Hablar de cómo influencia la deconstrucción el pensamiento de Zizek presenta una dificultad y una ventaja. La ventaja es que aparece en muchas oportunidades la referencia a Derrida, pero su retórica argumentativa difusa nos dificulta identificar con precisión como esta abona sus posiciones.

 

Podríamos rescatar de estas tres distinciones fundamentales, la de lo político como lo concerniente a la administración en contraposición con lo político en tanto polémico, la manera en que la literatura sienta las bases para la democracia, y la distinción entre la política y el pensamiento político que ha habido cierta gravitación derrideana sobre estas cuestiones.

Hemos marcado y trazado posiciones respecto a como podríamos politizar cuestiones a partir de la obra derridiana.

Ahora, antes de culminar este trabajo en una conclusión, ¿Qué podemos decir a la luz de lo ya expresado de la deconstrucción y el pensamiento político? ¿Qué podemos decir de lo estrictamente relacionado a una teoría de la escritura? Concretamente, hemos dicho alfo de la deconstrucción, pero ¿Qué pasa con la gramatología?

A pesar de todo lo que ya hemos repasado sigue en pie la dificultad de establecer algún vínculo entre esta teoría de la escritura –o deconstrucción si se quiere- y el pensamiento político.

Hasta ahora tal vez hayamos convencido a alguien que Derrida además de plantear lo político como algo atributivo (como decíamos en un comienzo) también lo hace de forma sustantiva en situaciones específicas. Pero en términos generales ¿Qué otros aportes brinda la deconstrucción al pensamiento político? Más concretamente y en relación con lo que nos preguntábamos desde un comienzo ¿Cuáles son las marcas que la deconstrucción deja en la reflexión política? En parte este interrogante ha sido contestado cuando se hacía alusión a la continuidad que encontrábamos en las obras de Mouffe, Laclau, Rorty y Zizek del trabajo de Derrida.

Sin entrar en una profunda reflexión sobre la deconstrucción –sino más bien intentando señalar algunas cuestiones fundamentales de la misma- podríamos rescatar en la pretensión de que ésta no es un discurso más entre otros discursos sino que es el discurso sobre los discursos. Una teoría de la escritura en el marco de las ciencias humanas es justamente una teoría que se pregunta sobre el fundamento sobre el que apoyan estas mismas. Esto es, no es desde las ciencias humanas que se puede hablar de la deconstrucción sino que es al revés.

Existe un vicio muy común que es confundir la deconstrucción con un método. La deconstrucción no es un método en tanto que es más bien una ontología sobre el saber humano. Incluso la posición de Derrida respecto a la escritura es bastante radical ya que en vez de partir de una teoría del lenguaje para abordar a una teoría de la escritura realiza un movimiento completamente contrario.

 

Todo sucede, entonces, como si lo que se llama lenguaje no hubiera podido ser en su origen y el su fin sino un momento, un modo esencial, pero determinado, un fenómeno, un aspecto, una especie de escritura”. (Derrida, 2000 p:14.)

 

Aquí, apenas un par de páginas más adelante aparece –en el punto 2 del primer capítulo “El significante y la verdad”- el término de deconstrucción. Se pregunta entonces sobre el vínculo que se desprende de un logos en la tarea de arrogarse la verdad. Ningún significante es originario. Esto es, “(…) todo significante, y en primer lugar el significante escrito, sería derivado” (Ibidem. p: 18). No hay entonces un significado sobredeterminado sino que cualquier significado requiere de otros significantes –que por supuesto son arbitrarios- y en es en relación a ellos mismos que se logra establecer la significación. La problemática que introduce el logocentrismo y la exterioridad ineludible que exige el proceso de significación no lleva a pensar que la escritura es anterior al signo lingüístico al mismo tiempo que desafía la totalidad del mismo.

Esta discusión sobre el signo lingüístico y el sistema de la escritura en general hace propensa sobre la externalidad de lo no lingüístico. El planteo sobre que es entonces lo que es exterior a la significación cuando en la reversión del adentro y el afuera se pone de manifiesto en la deconstrucción[12].

Esto es un aspecto fundamental de la deconstrucción. La desligación de los significados naturales o sobredeterminación de cualquier término. Es un juego en el que necesitamos significar las cosas y donde no solo los significantes no hacen referencia a otra cosa que otros significantes, que no pueden entablar relaciones fundamentales con las cosas mismas. Esto es, la verdad se establece mediante el discurso, que al mismo tiempo no es más que una determinación contingente de relaciones entre significantes.

Volviendo a lo que al pasar mencionamos sobre la metáfora y la representación el lenguaje juega un juego imposible en el que intenta hacer presente una ausencia. En la medida que consideremos el lenguaje –al menos la metáfora- como una representación es necesario que ausentemos esa imagen espectral que no aceptamos como presencia plena (Derrida, 2001). Esta oposición al platonismo ayuda a imponer cierta distancia entre las palabras y las cosas, a pesar que la diferencia entre una y otras se hace un tanto difuso. Es por esta misma cuestión que la literatura cobra relevancia en toda esta discusión. Si la verdad no es algo que debemos encontrar en las cosas mismas, como si estas tuvieran alguna entidad que hubiera que desentrañar en el lenguaje, ¿Dónde hacerlo? Si verdad es aquello que yace exclusivamente en las palabras –o mejor dicho el discurso- la literatura es un ámbito fértil para desentrañar relaciones de significantes entre más significantes, esto es verdades.

Volviendo momentáneamente a la gramatología y la tradición del pensamiento político encontramos un hecho singular que no ha logrado preñar esta tradición. Me refiero a la lectura de Rousseau, referente insoslayable para el pensamiento político. Desgraciadamente la extensa lectura derrideana de Rousseau no ha encontrado demasiado eco en el pensamiento político contemporáneo. Es cierto que la lectura canónica del pensamiento político de Rousseau se centra en el Contrato Social en vez del los discursos. Pero esta reflexión rousseaneana sobre el discurso de las ciencias humanas en cierta medida resulta orgánica a su propuesta política. Respecto a la violencia que ejerce la cultura sobre el individuo, o en términos rousseauneanos, la manera en que el contrato social disuelve ciertos lazos de solidaridad corrompiendo a los hombres encontramos:

 

“(…) sobre la violencia que no sobreviene de afuera, para sorprenderlo, a un lenguaje inocente, que padece la agresión de la escritura como el accidente de su mal, de su derrota y de su caducidad; sino violencia originaria de un lenguaje que es ya desde siemore una escritura. En ningún momento, pues, se rebatirá a Rousseau y a Lévi-Struss cuando ligan el poder de la escritura al ejercicio del poder.” (Derrida, 2000. p: 139.)

 

Este enfoque de Rousseau –a pesar de la centralidad del mismo para el pensamiento político- queda marginado de la teoría política contemporánea.

Para no ahondar en cuestiones que ya no hacen tan directamente a la cuestión y que presentarlas aquí exigirían aumentar esta disquisición sin propósito (como sucedería si quisiéramos al menos mencionar nociones como huella, margen, differance, firma, acontecimiento, etc).

Aunque redundante en “La estructura, el signo y el juego en el discurso de la ciencias humanas” (Derrida, 1989) se profundiza sobre como la deconstrucción sirve para replantear el estatuto de las ciencias sociales lo que en la dirección de las cuestiones que hemos venido señalando hasta ahora recalcaría esta idea que la deconstrucción brinda un nuevo lente que nos permite descomponer lo que vemos permitiendo descubrir espectros lumínicos que nos hacen caer en la cuenta del juego óptico de la reflexión lumínica. Con esta metáfora intentamos señalar como la deconstrucción como principio ontológico nos brinda una suposición que abre una nueva significación que en algún punto debería manifestar alguna consecuencia política.

Aparte de lo dicho en los tres puntos anteriores aquí encontramos un nuevo suplemento para seguir sosteniendo nuestras sugerencias sobre el peso político de la deconstrucción.

Para clausurar en algún punto esta discusión sin fin me remitiré a una reflexión derrideana en torno a la ley:

La ley no es ni presentable ni representable y la “entrada” en ella, según una orden que el hombre de campo interioriza y se da, se difiere hasta la muerte. A menudo se ha pensado la ley como en aquello mismo que pone, se pone y se junta en la composición y la autonomía supone siempre representación, como la tematización, el hacer-se-tema.” (Derrida, 2001 p: 122).”

 

Algo hemos sugerido sobre el valor de esta noción de representación para la política. El aspecto más importante de esta discusión tal vez sea el carácter catacrético de la significación. Esta puesta en escena de la metáfora brinda un nuevo lugar privilegiado a la retórica. Este rescate de la retórica o la nueva forma en que es introducida en toda esta discusión sobre el lenguaje, la significación y el estatuto de las ciencias humanas ha generado ciertas resistencias que marcan las manifestaciones sintomáticas del estado de la reflexión –en este caso particular- política y de las ciencias sociales.

Hasta aquí hablaremos de la deconstrucción para terminar de brindar un accesorio a nuestro argumento principal basado en las tres distinciones sobre la política y el aporte derrideano a la misma.

 

A manera de cierre en esta conclusión tenemos que reconocer la noción derrideana de no-cierre. Más aún cuando la cuestión tan compleja que aquí intentamos proponer fue expuesta tan resumidamente. Entonces la primer conclusión es reconocer que intentamos abarcar una basta temática de manera muy escueta.

Independientemente de esto creemos haber demarcado en algún sentido un sendero que nos permita ver el camino que ha tomado la deconstrucción para penetrar en el pensamiento político contemporáneo.

En primer lugar vimos tres distinciones que se pueden encontrar en el pensamiento de Derrida que pueden contribuir con la teoría política. Estas son, primero la distinción entre lo político en tanto la administración en contraposición con lo específicamente político. Aquí Derrida retoma la noción schmitteana del concepto de lo político intentando aislar lo propiamente político.

La conclusión es que política como administración –en tanto norma y casi fundiéndose con el derecho- en cierto punto en vez de convertirse la concentración de lo puramente político puede volverse su negación. En nuestra lectura de “La hostilidad absoluta” de “Políticas de la amistad” vimos como lo político está relacionado con una decisión categórica que es distinguir el amigo del enemigo. Esta distinción no está ligada con algún ámbito particular sino que más bien todo ámbito estaría contaminado de la necesidad de realizar esta distinción entre el amigo y el enemigo. El elemento polémico que pone en acción este reconocimiento. La polémica en tanto genera el acto de la decisión que traza la línea divisoria entre uno y otro. El aporte a esta lectura schmitteana es la visión freudiana desde la perspectiva de la pulsional. Esto sirve para reforzar el argumento de la transcendentalidad de lo político. Lo político ya no sería tanto una actividad humana canalizada en un ámbito específico sino una fuerza pulsional, ajena –en algún aspecto- a la racionalidad anclado en un fundamente inconsciente. Esto desplaza lo noción de política como cálculo racional –posición muy habitual en el pensamiento político contemporáneo- hacia el espectro de lo emocional. Maquiavelo ya reconocía esta característica bifronte de la política que es racional y a la vez emocional. En este sentido el pensamiento político con la influencia de Hobbes migra de lo fortuito a un cálculo que como si anticipara el orden celeste newtoniano para la sociedad moderna. Aquí encontramos un aporte del pensamiento derrideano para la reflexión política.

La segunda cuestión que desarrollamos fue el de la relación entre la literatura y la democracia. Aquí Derrida presenta una interesante puerta de entrada a pensar lo político, específicamente en la democracia desde un enfoque nuevo y totalmente desconocido para las disciplinas politológicas.

La invención de la literatura, un hecho público que da acceso ya no a lo privado sino a algo íntimo, que es lo que se puede decir. Esto, esa cuestión íntima que se puede decir adquiere carácter público volviéndose un fundamento de la democracia. Además de la noticia sobre esta conexión sirve para darnos indicios de donde podremos encontrar un contenido que solvente nuestras actuales democracias: la literatura.

La tercera distinción entre la política y el pensamiento político, aunque reconocemos que la deconstrucción no ha logrado una articulación política en el espacio estricto del Estado, ha logrado cierta articulación contrahegemónica en algunos ámbitos académicos, que volviendo al sacarsmo inicial, aunque no estén buscando tomando el poder lo están haciendo en los departamentos de literatura. Este sarcasmo convertido en cinismo es la afirmación de que esto está efectivamente sucediendo. Esto es: se está llevando a cabo una articulación de ese elemento polémico que nos hace optar entre nuestros amigos y los enemigos en el ámbito académico. Esta sería la consecuencia política pragmática más contundente.

Por el lado del pensamiento político, creemos que en este ámbito, el de la reflexión, es donde la deconstrucción ha encontrado un campo fértil.

En lo que respecto a este ámbito de la reflexión que nos propone la deconstrucción señalamos algunos aspectos sobre la teoría de la escritura que sostiene esta teoría. La teoría de la escritura –o gramatología- no sería una ciencia más sino una ciencia sobre las ciencias. Muy brevemente señalamos cuestiones de esta inabarcable discusión sobre el estatuto ontológico de las ciencias humanas.

Además de que esta teoría de la escritura nos brinda un nuevo punto de vista para reflexionar en términos amplios nos permite dar cuenta –desde su centralidad- cuestiones sobre la ley y lo político. Aunque la gramatología ocuparía este espacio de lo político como atributivo (como mencionamos más arriba), como sugerimos, si se rescataran algunas lecturas de Rousseau realizadas por Derrida sin duda podríamos descubrir algo novedoso para el pensamiento politológico.

Como reflexión final reconocemos que la deconstrucción es una teoría que surgió de las disciplinas más relacionadas con la literatura dentro del pensamiento humano. El pensamiento politológico ha desarrollado una tradición que puede tener poco contacto referencial con el tramado que constituye la lingüística y la literatura.

Aún así la deconstrucción tiene mucho que ofrecer para el pensamiento político. Si esto resulta controversial para alguien, en definitiva, afirmaría ese carácter polémico y por tanto político. Esta es la política de la deconstrucción.


Derrida J. (1989) La estructura, el signo y el juego en el discurso de la ciencias humanas en “La escritura y la diferencia” Barcelona. Anthropos.

 

Derrida J. (1998) De la hostilidad absolutaen Políticas de la amistadValladolid. Trotta.

 

Derrida J. (1998B) Márgenes de la filosofíaBarcelona. Cátedra.

 

Derrida J. (2000) [1971]De la gramatologíaBs. As. SXXI

 

Derrida J. (2001) La deconstrucción en las fronteras de la filosofíaBarcelona. Paidós.

 

Derrida J. (2005) Notas sobre deconstrucción y pragmatismoen Mouffe (comp.) “Deconstrucción y Pragmatismo” Bs. As. Paidós

 

Freud S. (2000)“El malestar en la cultura y otros ensayos” Madrid, Alianza.

 

Laclau E. (2005) “La razón populista”, Buenos Aires, FCE

 

Laclau E. (2005) Deconstrucción, pragmatismo y hegemoniaen Mouffe (comp.) “Deconstrucción y Pragmatismo” Bs. As. Paidós

 

Laclau E. & Mouffe Ch. (2004) “Hegemonía y Estrategia Socialista”, Buenos Aires, S XXI

 

Laclau E. (2002) “Misticismo, Retórica y Política”, Buenos Aires, FCE

 

Laclau E. (2000) “Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo”, Buenos Aires, S XXI

 

Rorty R. (2005) Deconstrucción y pragmatismoen Mouffe (comp.) “Deconstrucción y Pragmatismo” Bs. As. Paidós

 

 

 



[1] Ricardo Esteves (UBA / UNSAM) ric.esteves@gmail.com. Presentado en la I Jornadas Internacionales Derrida: Por amor a Derrida.

[2] Por solo citar un ejemplo: Cuando Derrida  plantea en la retirada de la metáfora, la representación se ve obligado a lidiar con la política, pero como un atributo. Aquí toma un esquema que sigue a platón en que considera la estética, la política, metafísica, historia, religión, epistemología. Entonces el planteo sobre lo político, al menos sobre la representación, debe ser mencionado. “En el orden político, se puede hablar de representación parlamentario, diplomática, sindical.” J. Derrida “La deconstrucción en las fronteras de la filosofía” p . 82. En este sentido la política es un atributo de otra cosa. La política no juega un papel sustantivo.

[3] Ibid. p:139.

[4] “El secreto no es el secreto de representación que se guarde en la cabeza y que se elige contar, se trata más bien de un secreto coexistivo con la experiencia de la singularidad. Lo secreto es lo irreductible al terreno público –a pesar de que no lo llamo privado- e irreductible a la publicidad y la politización, pero al mismo tiempo, este secreto está en la base de lo que puede permanecer y permanece abierto del terreno de lo público y del dominio de la política. Es en la base de lo secreto que puedo retomar la cuestión de la democracia, porque hay una concepción de la política y de la democracia como apertura –donde todos son iguales y donde el espacio público está abierto a todos ...” J. Derrida “Notas sobre Deconstrucción y Pragmatismo” p. 157.

[5] Ibid. P. 156.

[6] “Digo esto para subrayar el hecho de que no estaría de acuerdo cuando Rorty hable de la filosofía como despolitizante.” Ibid p. 169.

[7] Para que tengamos una referencia de cuanto es esto si hiciéramos lo mismo con art y marxism nos daría 4,100,000. Las mismas fórmulas en castellano nos daría 136,000 y 731,000 con marxismo.

[8] Ch. Mouffe (comp.) “Deconstrucción y Pragmatismo” Buenos Aires, Paidos 2005.

[9] E. Laclau “Deconstrucción, pragmatismo y hegemonía” p. 124.

[10] Vale la pena rescatar la forma concreta en como es planteada está forma de la deconstrucción. “La lógica de la deconstrucción es primordialmente política en el sentido de que, al mostrar la indecibilidad estructural de áreas cada vez mayores de lo social, también expande el área de operación de los diversos momentos de institución política.” (…) “Ya hemos visto que la completad ausente de la estructura (de la comunidad en este caso) debe ser representada/tergibersada por uno de sus contenidos particulares (una fuerza política, una clase o un grupo). Esta relación por la que un elemento particular asume la tarea imposible de representación universal, es lo que llamo relación hegemónica”. Ibid. P.122.

[11] Ibid. “Pero no considero a textos como “La política de la amistad” como contribuciones al pensamiento político. Lo político, tal como yo lo veo, es una cuestión pragmática de reformas a corto plazo y compromisos (…). El pensamiento político se centra en el intento de formular algunas hipótesis sobre cómo, y bajo que condiciones, pueden llevarse a cabo esas reformas. Quiero guardar el radicalismo y el pathos para momentos privados, y seguir reformista y pragmático cuando se trata de contactarse con otra gente.” p.43.

[12]El sistema de la escritura en general no es exterior al sistema de la lengua en general, salvo si se acepta que la división entre lo exterior y lo interior pasa por el interior de lo interior o en el exterior de lo exterior, hasta el punto de que la inmanencia de la lengua esté esencialmente expuesta a la intervención de fuerzas en apariencia extrañas al sistema” (Ibidem. p: 56.)

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