¿Qué es la identidad? ¿Qué relación guarda ésta con la política? Estos son interrogantes que se mantienen a pesar que utilizamos el término identidad como algo categórico. Después de todo nosotros también tenemos una identidad. En este sentido, nos sentimos idénticos a otros. Nos identificamos con alguien o algo. Tenemos una imagen en la que nos reconocemos. En otras palabras, lo que entendemos de las identidades es que tiene que ver con quien imaginamos que somos. Esta afirmación de quien somos, al mismo tiempo, nos incluye a partir de algo (una demanda) y traza una frontera con lo ajeno, el otro. Esto sería lo mismo que decir que la constitución de una identidad es un hecho político. En definitiva esto sirve para preguntarnos sobre como puede constituir un Sujeto a partir de diferentes identidades.
Para esto el psicoanálisis Freudiano, lacaniano1 y kleiniano brindar un aporte clave para establecer un esquema simple que describa los procesos de identificación.
En la obra de Freud -quien desplaza el foco de un yo racional y unificado (cartesiano)- se propone un sujeto gobernado por impulsos de naturaleza sexuales, que no pueden ser elevados a nivel consciente, manteniendo una tensión irreconciliable (traumática) con la que se debe aprender a vivir.
En estos principios teóricos podemos encontrar elementos para un esquema para el análisis de los procesos de identificación con estos aspectos centrales:
1.
Las identidades no son racionales, sino que se desarrollan a partir lo afectivo (fundado en lo sexual). 2. Las identidades son inconsistentes. No pueden presentarse de forma acabada ni plegarse sobre algo fundado en lo Real. Esto es casi lo mismo que decir que no pueden haber identidades puras. 3. Todo proceso de identificación implica al mismo tiempo una fraternización y exclusión. Esto hace que los procesos de identificación en el fondo sean políticos. 4. Las identidades no pueden ser suprimidas. La represión como estrategia defensiva no puede bloquear el retorno de lo reprimido de manera eficiente. 5. La re-subjetivación de la política debería hacer posible una articulación equivalencial que preserve las singularidades identitarias que se constituyen en las demandas diferenciales creando un nuevo sujeto político. 6. Las identidades poseen un elemento trágico. Así como en los mitos como el de Edipo, el Sujeto está entregado a un destino sobre el cual no tiene ningún control.
La primer cuestión, plantear las identidades a partir de principios afectivos (sexuales) implican concebir el aparato psíquico dominado por el inconsciente. En “Duelo y melancolía” (1915) el duelo es una forma de identificación en la que la libido proyectada sobre el objeto perdido (una persona amada, o una abstracción como la patria, la libertad o cualquier ideal) vuelve sobre el yo2. En este esquema, la libido como fuerza in-forme, es expulsada al exterior invistiendo afectivamente el objeto sobre el que es proyectada. La identidad es una proyección que se fija sobre un objeto. El objeto investido no posee ningún rasgo predeterminado que asegure una fijación determinada de estas representaciones. La identidad es una fijación imaginaria que es proyectada por nuestro afecto. Esto sería lo mismo que decir que accedemos a objetos a través de una proyección imaginaria provocada por nuestra libido.
En “Los instintos y sus destinos” Freud propone un esquema de la identidad sexual en tanto par antitético masculino/femenino, activo/pasivo. Esta identidad sexual no se basa en una distinción fisiológica sino en una posición subjetiva.
En este caso la libido puede encontrar tres destinos: La satisfacción, la represión o la sublimación. Esto compone la estrategia de defensa del sujeto ante sus propios deseos sexuales, que intentará mantenerlos ocultos en el inconsciente por resultar traumáticos para la conciencia, sobre la que superyo ejerce control moral.
Estos procesos repercuten sobre el yo, que en definitiva es solo otra instancia de la identidad. El yo acoge “los objetos que le son ofrecidos en tanto (…) constituyen fuentes de placer y se los introyecta (…) alejando, por otra parte, de sí aquello que en su propio interior constituye motivo de displacer.” (Freud, S. p:160).
La segunda cuestión, la inconsistencia de las identidades tiene que ver con como se perciben los objetos, no a través de un cálculo racional, sino de fijaciones afectivas proyectadas sobre objetos. La identidad no es un atributo, producto, resultado o síntesis. La identidad se da en un proceso dinámico que fija proyecciones sobre objetos contingentes. El yo es un lugar donde se intenta integrar –con mayor o menor éxito- las tensiones provocadas por la libido. La identidad se daría en un proceso de expulsión de displacer e introyección de placer. La ambivalencia es aquella diferencia irreconciliable en ese proceso considerado “patológicamente válida” en tanto es necesario (imposible) sentir odio por el objeto amado. El objeto no puede ni ser introyectado o expulsado por completo. Hay un exceso que no puede ser reducido y queda ilocalizable en los procesos de identificación. No tenemos garantía de que el objeto amado nos devolverá nuestro amor. Las identidades no se entablan ni con lazos indisociables ni esenciales. Por último la identidad no puede ser pura porque en definitiva el objeto real sobre el que proyectamos nuestra libido jamás coincidirán.
La tercer cuestión busca encontrar en el mismo principio que genera la identificación (proyección/introyección) un gen de lo político, la distinción entre amigo/enemigo.
Este modelo está motorizado por fuerzas antagónicas que operan al mismo tiempo: la pulsión de vida y la pulsión de muerte fundado en el mismo principio de Empédocles en el que Carl Schmitt hace su distinción amigo/enemigo. Casi como que tanto las identidades como la política guardan esta íntima relación con lo polémico.
La proyección e introyección como operaciones básicas de los procesos de identificación son trabajados en la obra de Melanie Klein, quien continúa el análisis de estos procesos a partir del principio de la pulsión de muerte. El yo –en tanto punto que intenta integrar la identidad- resulta de un impulso fundamental (pulsión de muerte) que exige al infante expulsar este deseo de acabar con su propia vida en un objeto exterior para preservar su propia existencia. El objeto exterior –la madre (objeto amado)- recibe el sadismo del infante, quien experimenta alucinaciones persecutorias a raíz de la culpa de haber proyectado su sadismo hacia ella. Esto es lo que permite de forma prematura instaurar una conciencia moral en infante (superyo precoz).
Esto se pude leer de la siguiente manera. Toda identidad está basada –al igual que la política- de proyectar odio e introyectar el amor del mismo objeto. La identidad implica en sí misma una relación política. Al mismo tiempo, entender los procesos de identificación, nos puede decir mucho sobre la política misma3. En definitiva la distinción amigo/enemigo no es otra cosa que identificarse con respecto a otro.
Las identidades no pueden ser suprimidas. El acto de suprimir una identidad se vuelve en sí mismo una inscripción de la identidad que se busca suprimir. Como en la represión, ésta genera no puede evitar el retorno de este contenido bajo distintas formas en su propio discurso.
Para continuar debemos incorporar una nueva dimensión, la de Sujeto político como la posición subjetiva –que establece el sentido de lo posible- en la que se articulan distintas identidades. Aquí introducimos la cuestión que nos lleva nuevamente al título de este punto. La re-subjetivación de la política que debería hacer posible una articulación equivalencial que preserve singularidades identitarias debería realizarse a partir de elementos como el sexo (esto quedó más que claro), droga, rock ‘n’ roll y porque no, el fotolog (Floggers), en definitiva son a partir de términos como estos que las identidades se constituyen. El desafío político frente a las identidades contemporáneas de las democracias es constituir un sujeto político que pueda articular las distintas identidades manteniendo sus singularidades. Esto es constituir un Sujeto político a partir de la diferencia. Estas experiencias identitarias, del rock ‘n’ roll –digámos- nos puede mostrar como lo idéntico deja lugar a lo singular. El rock ‘n’ roll presentaría una forma particular en la que la identidad permite un doble juego articulatorio de lo mismo y lo distinto. Esto es lo mismo que decir que el rock ’n’ roll se identificaría a partir de tal o cual rasgo o atributo, aún así alguien si esos rasgos u atributos podría identificarse con el rock’n’roll. Podríamos decir que esto funciona así, de la misma manera para otros sujetos, como el pueblo.
Por último queda hablar del elemento trágico de las identidades. Como relata Ranciere en “El inconsciente estético” existen tópicos que solo son accesibles por medio del arte. En el caso del mito de Edipo la historia dependería de lo que se dice, no se dice y se exagera. Estas figuras retóricas (tropos) operan en el registro del discurso poético. El caso de Freud es patente, que necesita del mito, la tragedia de Sófocles, para dar cuenta del deseo que se fija a partir de objeto originario de amor que es el pecho de la madre. La idea del inconciente estético nos permite pensar que las identidades necesitan de una trama literaria –o una experiencia estética- para expresarse.
Justamente Tal sería el caso del sexo, las drogas, el rock’n’roll, como también el fotolog.
1 Lacan profundiza la cuestión formalizando los procesos de identificación a través del modelo óptico de la física. A partir de este principio Lacan elabora una dialéctica –ya no de la necesidad sino del deseo- que sintetiza en el grafo del deseo. Este grafo presenta los distintos momentos e instancias de los procesos de identificación.
2 “La investidura de objeto resultó poco resistente, fue cancelada, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Pero ahí no encontró un uso cualquiera, sino que sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado”
3 En una lectura radical de un texto específicamente político de Derrida -“Políticas de la amistad” (“De la hostilidad absoluta”)- podemos considerar que el “enemigo” es aquel amigo con el que elegimos estar enemistados.
Para esto el psicoanálisis Freudiano, lacaniano1 y kleiniano brindar un aporte clave para establecer un esquema simple que describa los procesos de identificación.
En la obra de Freud -quien desplaza el foco de un yo racional y unificado (cartesiano)- se propone un sujeto gobernado por impulsos de naturaleza sexuales, que no pueden ser elevados a nivel consciente, manteniendo una tensión irreconciliable (traumática) con la que se debe aprender a vivir.
En estos principios teóricos podemos encontrar elementos para un esquema para el análisis de los procesos de identificación con estos aspectos centrales:
1.
Las identidades no son racionales, sino que se desarrollan a partir lo afectivo (fundado en lo sexual). 2. Las identidades son inconsistentes. No pueden presentarse de forma acabada ni plegarse sobre algo fundado en lo Real. Esto es casi lo mismo que decir que no pueden haber identidades puras. 3. Todo proceso de identificación implica al mismo tiempo una fraternización y exclusión. Esto hace que los procesos de identificación en el fondo sean políticos. 4. Las identidades no pueden ser suprimidas. La represión como estrategia defensiva no puede bloquear el retorno de lo reprimido de manera eficiente. 5. La re-subjetivación de la política debería hacer posible una articulación equivalencial que preserve las singularidades identitarias que se constituyen en las demandas diferenciales creando un nuevo sujeto político. 6. Las identidades poseen un elemento trágico. Así como en los mitos como el de Edipo, el Sujeto está entregado a un destino sobre el cual no tiene ningún control.
La primer cuestión, plantear las identidades a partir de principios afectivos (sexuales) implican concebir el aparato psíquico dominado por el inconsciente. En “Duelo y melancolía” (1915) el duelo es una forma de identificación en la que la libido proyectada sobre el objeto perdido (una persona amada, o una abstracción como la patria, la libertad o cualquier ideal) vuelve sobre el yo2. En este esquema, la libido como fuerza in-forme, es expulsada al exterior invistiendo afectivamente el objeto sobre el que es proyectada. La identidad es una proyección que se fija sobre un objeto. El objeto investido no posee ningún rasgo predeterminado que asegure una fijación determinada de estas representaciones. La identidad es una fijación imaginaria que es proyectada por nuestro afecto. Esto sería lo mismo que decir que accedemos a objetos a través de una proyección imaginaria provocada por nuestra libido.
En “Los instintos y sus destinos” Freud propone un esquema de la identidad sexual en tanto par antitético masculino/femenino, activo/pasivo. Esta identidad sexual no se basa en una distinción fisiológica sino en una posición subjetiva.
En este caso la libido puede encontrar tres destinos: La satisfacción, la represión o la sublimación. Esto compone la estrategia de defensa del sujeto ante sus propios deseos sexuales, que intentará mantenerlos ocultos en el inconsciente por resultar traumáticos para la conciencia, sobre la que superyo ejerce control moral.
Estos procesos repercuten sobre el yo, que en definitiva es solo otra instancia de la identidad. El yo acoge “los objetos que le son ofrecidos en tanto (…) constituyen fuentes de placer y se los introyecta (…) alejando, por otra parte, de sí aquello que en su propio interior constituye motivo de displacer.” (Freud, S. p:160).
La segunda cuestión, la inconsistencia de las identidades tiene que ver con como se perciben los objetos, no a través de un cálculo racional, sino de fijaciones afectivas proyectadas sobre objetos. La identidad no es un atributo, producto, resultado o síntesis. La identidad se da en un proceso dinámico que fija proyecciones sobre objetos contingentes. El yo es un lugar donde se intenta integrar –con mayor o menor éxito- las tensiones provocadas por la libido. La identidad se daría en un proceso de expulsión de displacer e introyección de placer. La ambivalencia es aquella diferencia irreconciliable en ese proceso considerado “patológicamente válida” en tanto es necesario (imposible) sentir odio por el objeto amado. El objeto no puede ni ser introyectado o expulsado por completo. Hay un exceso que no puede ser reducido y queda ilocalizable en los procesos de identificación. No tenemos garantía de que el objeto amado nos devolverá nuestro amor. Las identidades no se entablan ni con lazos indisociables ni esenciales. Por último la identidad no puede ser pura porque en definitiva el objeto real sobre el que proyectamos nuestra libido jamás coincidirán.
La tercer cuestión busca encontrar en el mismo principio que genera la identificación (proyección/introyección) un gen de lo político, la distinción entre amigo/enemigo.
Este modelo está motorizado por fuerzas antagónicas que operan al mismo tiempo: la pulsión de vida y la pulsión de muerte fundado en el mismo principio de Empédocles en el que Carl Schmitt hace su distinción amigo/enemigo. Casi como que tanto las identidades como la política guardan esta íntima relación con lo polémico.
La proyección e introyección como operaciones básicas de los procesos de identificación son trabajados en la obra de Melanie Klein, quien continúa el análisis de estos procesos a partir del principio de la pulsión de muerte. El yo –en tanto punto que intenta integrar la identidad- resulta de un impulso fundamental (pulsión de muerte) que exige al infante expulsar este deseo de acabar con su propia vida en un objeto exterior para preservar su propia existencia. El objeto exterior –la madre (objeto amado)- recibe el sadismo del infante, quien experimenta alucinaciones persecutorias a raíz de la culpa de haber proyectado su sadismo hacia ella. Esto es lo que permite de forma prematura instaurar una conciencia moral en infante (superyo precoz).
Esto se pude leer de la siguiente manera. Toda identidad está basada –al igual que la política- de proyectar odio e introyectar el amor del mismo objeto. La identidad implica en sí misma una relación política. Al mismo tiempo, entender los procesos de identificación, nos puede decir mucho sobre la política misma3. En definitiva la distinción amigo/enemigo no es otra cosa que identificarse con respecto a otro.
Las identidades no pueden ser suprimidas. El acto de suprimir una identidad se vuelve en sí mismo una inscripción de la identidad que se busca suprimir. Como en la represión, ésta genera no puede evitar el retorno de este contenido bajo distintas formas en su propio discurso.
Para continuar debemos incorporar una nueva dimensión, la de Sujeto político como la posición subjetiva –que establece el sentido de lo posible- en la que se articulan distintas identidades. Aquí introducimos la cuestión que nos lleva nuevamente al título de este punto. La re-subjetivación de la política que debería hacer posible una articulación equivalencial que preserve singularidades identitarias debería realizarse a partir de elementos como el sexo (esto quedó más que claro), droga, rock ‘n’ roll y porque no, el fotolog (Floggers), en definitiva son a partir de términos como estos que las identidades se constituyen. El desafío político frente a las identidades contemporáneas de las democracias es constituir un sujeto político que pueda articular las distintas identidades manteniendo sus singularidades. Esto es constituir un Sujeto político a partir de la diferencia. Estas experiencias identitarias, del rock ‘n’ roll –digámos- nos puede mostrar como lo idéntico deja lugar a lo singular. El rock ‘n’ roll presentaría una forma particular en la que la identidad permite un doble juego articulatorio de lo mismo y lo distinto. Esto es lo mismo que decir que el rock ’n’ roll se identificaría a partir de tal o cual rasgo o atributo, aún así alguien si esos rasgos u atributos podría identificarse con el rock’n’roll. Podríamos decir que esto funciona así, de la misma manera para otros sujetos, como el pueblo.
Por último queda hablar del elemento trágico de las identidades. Como relata Ranciere en “El inconsciente estético” existen tópicos que solo son accesibles por medio del arte. En el caso del mito de Edipo la historia dependería de lo que se dice, no se dice y se exagera. Estas figuras retóricas (tropos) operan en el registro del discurso poético. El caso de Freud es patente, que necesita del mito, la tragedia de Sófocles, para dar cuenta del deseo que se fija a partir de objeto originario de amor que es el pecho de la madre. La idea del inconciente estético nos permite pensar que las identidades necesitan de una trama literaria –o una experiencia estética- para expresarse.
Justamente Tal sería el caso del sexo, las drogas, el rock’n’roll, como también el fotolog.
1 Lacan profundiza la cuestión formalizando los procesos de identificación a través del modelo óptico de la física. A partir de este principio Lacan elabora una dialéctica –ya no de la necesidad sino del deseo- que sintetiza en el grafo del deseo. Este grafo presenta los distintos momentos e instancias de los procesos de identificación.
2 “La investidura de objeto resultó poco resistente, fue cancelada, pero la libido libre no se desplazó a otro objeto sino que se retiró sobre el yo. Pero ahí no encontró un uso cualquiera, sino que sirvió para establecer una identificación del yo con el objeto resignado”
3 En una lectura radical de un texto específicamente político de Derrida -“Políticas de la amistad” (“De la hostilidad absoluta”)- podemos considerar que el “enemigo” es aquel amigo con el que elegimos estar enemistados.
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