Literatura Erótica: El Cielo.

El Cielo

He llegado al colapso. Mi genio creativo es un caudal ilimitado, fluye como un torrente de deseo dentro de mi, experimento orgasmos, orgasmo de ideas que me atacan bruscamente, convulsionándome en espasmos de placer. Placer doloroso, desagradable, sin belleza, carente de verdad, de belleza. Sexo sin amor. El deseo es vibrante y la pasión excesiva, imparable.

Estoy con ellas en la parte de atrás de la camioneta. Es incomodo pero hay espacio suficiente. Están en pedo. Siempre están en pedo. Pero esta vez el pedo les pegó para el lado de hacer cualquiera. Cualquiera como venir conmigo a cojer a la camioneta. O mejor dicho, lo suficientemente en pedo para permitirme participar en estos jueguitos. Probablemente tomaron algo más que alcohol. Si lo hicieron, fueron lo suficientemente discretas para que no las viera nadie, las muy miserables nunca quieren convidar. La verdad es que estaban muy locas. No sé si era coca ó éxtasis. Estaban realmente alteradas. Estaban como si hubieran entrado en una ola que fluía como una corriente que nos arrastró con toda naturalidad desde el boliche hasta la parte de atrás de la camioneta. No fue difícil llegar ahí. Fue cuestión de ofrecerle a Maru que vallamos a la camioneta. Ella estaba alzada como un búfalo. Ella lo quería. Solo era necesario que se lo propusiera abiertamente. No era necesario hacer el trabajo de convencerla, charlas interesantes, hacerme el caballero, solo tenia que decirlo sin vueltas: "Vamos a la camioneta". Pura economía del símbolo.

Vero era muy celosa. Nunca la hubiera dejado ir sola. A Vero le daba lo mismo estar conmigo. En realidad podría decir que no le interesaba tener sexo conmigo. A Maru estaba realmente caliente y le apetecía carne de hombre -como acompañamiento- esta noche. Vero se tenía que acomodar a veces a los caprichos de Maru. De todas formas su exuberante cuerpo podía proveer sexo para todos.

Vero tuvo que ceder. Casi asumiendo un rol pasivo frente a Maru. Vero se degradaba al dejarse tocar por un hombre, especialmente por mi.

Sabía que al final los tres nos enredaríamos en un mismo juego. El juego de Maru. Un juego en el que Maru disfrutaba de un deseo repelente. Una tensión que generaba lujuria.

Besé a Maru y hundí mis manos en sus pechos. Estaba encendido. Necesitaba contener mis impulsos. Tenia que jugar bien mis cartas, respetar bien los tiempos; sino podía echarlo todo a perder.

-¿Te gusta?- Le pregunté a Maru. Ella solo contesto con la alteración de su respiración y un leve suspiro. Solo tenía que enviarle una mirada a Vero. Ella quería irse. Pensó que "esto" era entre nosotros dos. La volví a mirar invitándola, aunque sabia que no era mi invitación la que esperaba.

Tenía que desplazar mis manos correctamente por el cuerpo de Maru, y según su respuesta lo estaba haciendo.

Chuparle la oreja. Jugar allí, dejar saliva, crear una mezcla asquerosa, que me hubiera comido al instante si me hubieran invitado a degustar. Lo hubiera disfrutado, me hubiera empachado y vomitado, hubiera sentido resaca, una dulce resaca.

En aquel interludio dejar escapar la pregunta, -¿Querés que venga Vero?- Pregunta perversa, echa de manera perversa y en tono perverso, incitando el deseo.

El gemido emitido era una respuesta categórca. No estaba dispuesto a conformarme con eso, una insinuación vaga. Yo quería que Maru invite a Vero a que se nos una. -¿Queres que venga Vero?-. La misma respuesta.

-Decilo- De manera imperativa, pero lenta. -Decílo- En el volumen requerido para que élla pudiera escuchar el llamado.

-. Una respuesta no del todo satisfactoria. Tenía que decirlo, y lo iba a decir.

Vero ya había tomado una decisión. Estaba lista para abordar. Pero no lo podría hacer hasta que Maru lo dijera. Vero ya estaba lista. No había que dejar que se enfriara. Mi mano se desplazo por su pierna, de la rodilla hasta cerca de la entrepierna. Tenía que esperar, tenía que esperar a que también Vero lo quisiera.

-¿Si que?- Pregunte, exigí, mientras excavaba con mi mano libre entre sus piernas.

-Quiero a Vero- Contestó entrecortadamente y en voz baja. Reprimiendo su respuesta con un suspiro. Se había hecho entender

-¿Que queres? ¿La querés a Vero?- Pregunté. -¿Qué querés?- Exigía una respuesta mas específica, quería que lo dijera. Buscaba la respuesta en su cuerpo estimulándola, plegándonos, permitiendo que sienta el cuerpo. Acarralaba en su cuerpo la frase que quería que digiera.

-¿Querés que Vero te toque?- Pregunté.

-- Contestó. Vero seguía mirando la acción. No se había escapado. Lo que en algún momento le había parecido repelente comenzaba a a(pete)cer.

-Entonces pedíselo- El cuerpo de Vero necesitaba ser arrastrado a la acción. Estaba atrapada pero inmóvil. Si quería estar con las dos iba a necesitar que Maru arrastre a Vero hacia nosotros.

Maru quería invitarla. Vero quería participar. Había alcanzado un grado de excitación muy alto. Necesitaba agua. Agua para apagar el fuego en el que ardía.

Acerque a Vero a aquella masa de carne en la que estábamos envueltos, aquella masa de la que emergía calor. Era algo agradable, porque hacia frío, era mejor estar en donde hiciera calor. La estábamos invitando a que se acercara a la chimenea. Le ofrecíamos un refugio de la nieve. Le ofrecíamos calor.

Maru acercó su cara a la de Vero. No podía acercarse más, estaba enroscada como una víbora a mi pierna. Se arrastró lentamente entre nuestros cuerpos cuando se abalanzó rapazmente a la boca de Maru y le dio un beso.

Dejeé que se besaran un poco y discretamente me uní a ellas. Jugué -me dejaron jugar - un poco. Hicimos una maraña de lenguas. Luchamos. Nos enroscamos. Hicimos nudos. Nuestras lenguas húmedas se entrelazaban en un espacio indefinido entre nuestras bocas. Lenguas húmedas. Lenguas que se movían a ritmos espasmódicos, lenguas incansables, lenguas excitadas. Me apartaron y se pusieron a jugar un poco solas.

Me dediqué a desabotonar el suéter de Maru. Me perdí entre su ropa. Escarbé entre ellas hasta encontrar su corpiño. Lo levante y este hizo presión sobre su pecho creando una figura grotesca. Me prendí a su teta. La lamí, la chupe y me prendí a ella como una ventosa. Con una mano brindaba apoyo a mi boca para trabajar en el la teta izquierda de Maru mientras con mi mano libre deambulaba sobre la ropa de Vero.

Suspendí mis labores y me desabroché el pantalón. Era como estar en un barco en medio de una tormenta. Todo se movía, no podía conservar el equilibrio.

Llevé la mano de Maru a mi pene erecto. Estaba duro como una roca, mas duro que nunca y desbordante de semen, el semen suficiente para rebalsar dentro de cualquier matriz y hacer rebalsar todo con aquel liquido viscoso. Pensé en lo maravilloso que sería nadar en leche condensada.

Maru jugaba a intervalos con mi pene. A momentos lo agarraba y yo la incitaba a que lo sacudiera. Ella lo hacía despacio y delicadamente. Estaba demasiado concentrada en la boca de Vero.

Llevé una de sus manos al pecho de Vero, y los dos jugamos con sus senos.

La lujuria estaba totalmente desatada, desenfrenada.

Se escuchaba gente que pasaba cerca de allí, gente que se dirigía a sus coches. Ya nada importaba, nos hubiéramos cagado en el Papa -que en aquel entonces era Juan Pablo II- si hubiera sido Ratzinger nos hubiéramos obliterado en una orgía de sangre y leche.) en aquel momento.

Desabroché el pantalón de Maru. Tarea difícil. Ya se complicaba tratar de hacer cualquier tipo de movimiento.

Luché contra sus pantalones que se transformaron en una mordaza que estrangulaba sus piernas. Luché para poder ver aquella bombacha de nylon. Ese del cofre del tesoro y una vez abierto me podría regocijar todo lo que quisiera con aquella gema preciosa.

Corrí la bombacha para que pudiera quedar a la vista su tierna matriz, una matriz suave, caliente, húmeda, delicada. Me tomé mi tiempo para apreciarla, La luz no me permitió apreciar sus detalles. La sentí con mi mano. Mas agradable al tacto que el terciopelo. Mis movimientos eran lentos y delicados. Maru dejó escapar un pequeño suspiro. Fue una especie de paréntesis en medio de su respiración.

Volví a unir mi boca a las de ellas mientras con mis manos acariciaba sus conchas calientes. Vero aún mantenía sus pantalones puestos, pero estos no la resguardaban de mi mano que frotaba intensamente su entrepierna.

Los tres comenzamos a sacudirnos. Empezamos lentamente y el movimiento se hacía más intenso. Nuestros movimientos no respondían a ningún control. Nuestros instintos sexuales se habían desatado.

Me depojé de mis abrigos al igual que mis zapatos y pantalones. Estaba totalmente desnudo. La única prenda que me quedaba eran mis medias. Se podían escuchar algunas voces apagadas que hablaban y se reían. Obviamente se daban cuenta de lo que estábamos haciendo. Estábamos completamente desapegados de nuestro entorno. Nos hubiera dado lo mismo estar en medio del desierto o Florida y Lavalle. Estábamos completamente alienados en el deseo. Estábamos muriendo en el paraíso.

Busqué los pies de Maru y le saqué sus zapatos. Era la única manera de sacarle los pantalones y separarle las piernas.

Así es como salieron los zapatos salieron los pantalones y su bombacha para perderse en algún lugar oscuro de la camioneta.

Interrumpí la actividad por un momento. Me separé un momento. Coloque a Vero a un costado. Puse a Maru dándole la espalda, y la acosté sobre su regazo.

Busque mis pantalones. Vero jugaba tiernamente con las tetas de Maru. Saqué de mi billetera un profiláctico y procedí a ponérmelo en silencio. Las chicas observaban.

Aquel silencio era magnifico, glorioso. Se podía escuchar como el látex se adhería a mi piel.

Una vez terminada la faena abrí las piernas de Maru. Estaba expectante. Me abalancé sobre Maru. Podía sentir en mi pecho las manos de Vero envolviendo los blandos senos de Maru.

-¿Querés que te la meta?- Le pregunté al oído mientras jugaba con mi pija frente a la puerta del placer. Arrastraba mi cabeza por los labios de su vagina.

No conseguí contestación.

Le hundí un dedo y dejo escapar un gemido de placer.

-Que lindo que es- Afirmé. -Me encanta. esta húmedo y caliente- Continué mientras le hundía un segundo dedo. Maru respondió dando un pequeño espasmo. Comencé a masturbarla. Su pelvis se movía al ritmo de mi mano. Comenzaba a sacudirse.

Maru corrió su cabeza buscando a Vero.

Ya era tiempo. Me acomodé. Acerque mi pene. Introduje lentamente la cabeza.

Maru libero un graznido.

-Shhhh- Dije en voz baja.

Me quede donde estaba.

-Despacio, despacio-Agregue tranquilizándola.

Una vez conseguido apaciguada me lance estrepitosamente sobre ella.

Era un caballo desenfrenado; un caballo corriendo su última carrera, una carrera por su vida. Maru dejo de graznar para empezar a gritar de placer.

Se desataba una tormenta. El mar se enfurecía y yo seguía cabalgando desenfrenado, no había manera de parar. Mi corazón bombeaba sangre a velocidades extraordinarias. Era una sobredosis de sangre y adrenalina. Ya no había control, no había realidad, lo que estaba sucediendo era indecodificable.

Estaba fuera de mi. Lo único que había era movimiento y ruido. El movimiento provenía de todos lados. Yo me movía, ellas se movían, el auto se movía, la tierra se movía, se rasgaba, se abría. Nosotros caíamos en el abismo, nos dirigíamos hacia el centro de la tierra. Se podía sentir el calor, se veían las luces candentes del fuego. Sentí el sabor salado de mi transpiración que surgía a caudales de mi frente y también de mi pecho.

Sentí como Maru estaba acabando. Sus gemidos se agudizaron, parecía que iba a comenzar a llorar...Cuando comenzó a sacudirse violentamente. Sentí como se acercaba mi hora. Sentía como el volcán temblaba, sentía como mi pija se hinchaba de semen. ... y disparó, sentí un caudal que disparaba, una vez dos veces, tres.

Retuve la respiración. El mundo se detuvo por un instante. Fue un instante infinito.

Había olvidado que estaba en la camioneta. Me costó creer que habíamos estado todo el tiempo en aquel sórdido rincón tan silencioso. El único sonido que se escuchaba era la respiración de Maru que aun continuaba muy agitada.

Nos acomodamos y quedamos los tres tirados sobre el asiento. Necesitábamos descansar.


Estaba muy cómodo, pero comenzaba a hacer frío. Agarre lo primero que tuve a mi alcance. Era un buzo, con el cual cubrí mi torso. Con un suéter me cubrí las piernas. De seguro se ensuciaría.

Recordé que aun mantenía el profiláctico puesto. Sin preocuparme mucho me lo saqué, le hice un nudo y lo tire a un costado.

Ya todo el mundo salía de los lugares para bailar. Nos invadían los curiosos. Gente subiendo a sus autos, gente que se iba a desayunar.

El día comenzaba a aclarar.

Maru me pidió que le pasara algo para abrigarse. Sin pronunciar palabra le acerque un buzo.

Los tres continuábamos inmersos en el silencio. Habíamos conseguido aislarnos de los sonidos del exterior, éramos ajenos a ese mundo, ya no queríamos saber nada de los mortales. Habíamos estado en el paraíso y no teníamos porque interesarnos por los asuntos mundanos de los demás.

Se acercó un amigo de las chicas y nos golpeó la ventana. Ninguno de nosotros se inmuto. Insistió. Le conteste estirando la mano y levantando el dedo anular sin mirarlo. Dijo algo y desapareció. Vero dejo escapar una risita que contagió a Maru.

Pensé en Maru y en mí. Nosotros teníamos una razón para estar relajados, pero Vero ni siquiera había tenido un orgasmo. Pensé si ella había viajado con nosotros.

Ya todos se habían ido y era de día .Nosotros continuábamos igual, no nos habíamos movido en lo mas mínimo. No se a que se debía. Ya habíamos tenido tiempo para recuperarnos.

Tal vez realmente habíamos perdido todo interés por lo mundano después de haber estado en el paraíso.

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1 Comentarios

Daffair ha dicho que…
Tan excesivamente bueno este relato, este blog, y yo lo había mirado.
Espero que puedas leer este mensajes.

Abrazo.