Jacques Derrida: Las muertes de Roland Barthes

Extracto: (Texto Completo)


Aparecido en Poétique nº 47, 1981. Traducción de Raymundo Mier, en DERRIDA, J., Las muertes de Roland Barthes, Taurus, México, D. F., agosto de 1999. Edición digital de Derrida en castellano.


Como si: he leído los libros, uno tras otro como si un idioma fuera a surgir, para finalmente desplegar su negativo ante mis ojos; como si el andar, el porte, el estilo, el timbre, el tono, el gesto de Roland Barthes, tantas rúbricas obscuramente familiares y reconocibles entre muchas, fueran a revelarme de golpe su secreto, uno más de los secretos escondido tras los otros (yo llamaba secreto tanto a una intimidad como a una manera de actuar: inimitable), de golpe el rasgo único dispuesto súbitamente a plena luz; y no obstante, como habría yo de reconocerlo en lo que escribió sobre la “fotografía unaria” -naturalmente contra ella, puesto que anula lo “punzante” en lo “estudioso”, el punctum en el studium-. Medité: parecía como si el punto de singularidad, antes de propagarse al rasgo pero afirmándose continuamente desde el primer libro hasta su interrupción en el último, cuando a pesar de todo resistía de diversas maneras a las mutaciones, agitaciones, desplazamientos de terreno, a la diversidad de los objetos, de los corpus y de los contextos, ocurría como si la instancia de lo invariante me fuera a ser entregada tal como finalmente era -en algo, en un detalle-. Sí. Exigía de un detalle ese éxtasis revelador, el acceso instantáneo a Roland Barthes (a él, sólo a él), la gracia de un acceso ajeno a toda búsqueda. Esperaba la revelación más de ese detalle a la vez totalmente visible y disimulado (evidente) que de los grandes temas, los contenidos, los teoremas, las estrategias de las escrituras que creía conocer y reconocer fácilmente desde hacía un cuarto de siglo -a través de los distintos “periodos” de Roland Barthes (a los que él mismo distinguió en Roland Barthes [Roland Barthes por Roland Barthes [iv]] como “fases” y “géneros”)-. Busqué como él, como él, y en la situación en que escribo desde su muerte, en que cierto mimetismo es a la vez un deber (acogerlo en sí, identificarse con él para dejarle la palabra, la palabra en sí, para hacerlo presente y representarlo con fidelidad) y la peor de las tentaciones, la más indecente, la más mortífera, el don y la suspensión del don, tratar de escoger. Como él, yo buscaba el frescor de una lectura en esa relación con el detalle. Sus textos me son familiares y aún desconocidos. Esa es mi certidumbre, como ocurre verdaderamente con todos los textos que me importan. La palabra “frescor” es la suya, juega un papel esencial en la axiomática de Le degré zéro... El interés por el detalle también fue el suyo. Benjamin veía en el agrandamiento analítico del fragmento o del significante ínfimo un lugar de cruce entre la era del psicoanálisis y aquella de la reproductibilidad técnica, de la cinematografía, de la fotografía, etc. (Habiendo atravesado tanto por los recursos del análisis fenomenológico como por el estructural, desbordándolos, el ensayo de Benjamin y el último libro de Barthes podrían muy bien ser los dos textos culminantes sobre la cuestión llamada del “Referente” en la modernidad técnica.) Punctum traduce además, en La chambre claire, un valor de la palabra “detalle”: un punto de singularidad que horada la superficie de la reproducción -e incluso de la producción- de las analogías, de los parecidos, de los códigos. Esa singularidad perfora, me alcanza de golpe, me hiere o me asesina y, en principio, parece mirarme sólo a mí. Está en su definición el que se dirija a mí. A mí se dirige la singularidad absoluta del otro, el Referente cuya imagen propia no puedo suspender aun cuando su “presencia” se oculta para siempre (es esa la razón por la cual la palabra “Referente” podría incomodar si el contexto no la reformara), cuando él se ha hundido ya en el pasado. A mí se dirige también la soledad que desgarra la trama de lo mismo, las redes o los ardides de la economía. Pero es siempre la singularidad del otro, puesto que incide en mí sin dirigirse a mí, sin que esté presente en mí y el otro pueda ser “yo” [moi], yo antes de haber sido o, habiendo sido, yo muerto ya en el futuro anterior o en el pasado anterior de la fotografía. En mi nombre, añadiré. Aunque, como siempre, parezca ligeramente marcada, creo que ese alcance del dativo o del acusativo que me dirige o me destina el punctum, es esencial a la categoría, en todo caso en su empleo en La chambre claire. Al relacionar dos exposiciones diferentes del mismo concepto, se ve con claridad que el punctum me apunta al instante y al lugar desde donde yo le apunto; es así como la fotografía puntuada me hiere. En su superficie mínima, el punto mismo se divide: esta doble puntuación desorganiza enseguida lo unario y el deseo que ahí se ordena. Primera exposición: “es él [el punctum] el que surge de la escena, como una flecha, y viene a traspasarme. Existe una palabra en latín para designar esta herida, este pinchazo, esta enarca hecha por un instrumento puntiagudo; esta palabra me va tanto más cuanto que [..] (Esta es la forma de lo que yo buscaba, lo que le va, lo que no va y no vale más que para él; como siempre, él declara que busca lo que viene y le va a él, le conviene, le ajusta como una prenda de vestir; aunque sea ropa hecha y a la moda, debe plegarse al habitus inimitable de un solo cuerpo. Elegir entonces sus palabras, nuevas o muy viejas, en el tesoro de las lenguas, como se elige una prenda de vestir y tomarlo todo en consideración: la estación, la moda, el lugar, la tela, el tono, el corte.) “esta palabra me va tanto más cuanto que remite también a la idea de puntuación y a que las fotos de las que hablo están en efecto puntuadas, a veces incluso plagadas de esos puntos sensibles; precisamente, esas marcas, esas heridas son puntos. Ese segundo elemento que viene a desordenar el studium lo llamaré, pues, punctum, ya que punctum es también pinchazo, pequeño orificio, pequeña mancha, pequeño corte -y también tiro de dados-. El punctum de una foto es ese azar que, en ella, me apunta (pero también me asesina, me golpea)”. El paréntesis no encierra algo incidental o una idea secundaria, como pasa con frecuencia; no es lo dicho en voz baja en el recodo de un pudor. Y en otro lugar, veinte páginas más adelante, Barthes despliega otra exposición: “Habiendo pasado revista de este modo a los intereses sensatos que despertaban en mí ciertas fotos, me parecía corroborar que el studium, dado que no está atravesado, azotado, cebrado por un detalle (punctum) que me alcanza o me hiere, engendraba un tipo de foto muy difundida (la más difundida del mundo), y que podríamos llamar fotografía unaria.”

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2 Comentarios

Fefita ha dicho que…
te pasaste muy buen comentario sobre Barthes, ahora bien, imagino difícil luego de haber leído sobre el punctum y el studium no ver las fotos con otrs ojos que no sean los escudriñadores...
Anónimo ha dicho que…
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