La familia: La Escena de la Mesa


La familia: La Escena de la Mesa

Una instantánea Kafkeana 

La escena de la mesa, la misma de siempre, ese ámbito biopolítico (la necesidad de la comida para la vida) de disciplinamiento, que se había mantenido inmanete por siempre, como lugar de paz de armonía y comunión familiar. Esta escena de la mesa familiar, en la que cada uno ocupa un lugar, respetando un orden y cumpliendo una función: de hija buena, hijo malo e hijo obediente. Esta institución de la mesa era mucho más que un símbolo, era un dispositivo en el que a través de la violencia disciplinaria, se iban formando esos rasgos, en un ritual cotidiano e interminable.
Hay una manera de comer en la mesa. Las conozco todas. Me las tatuaron a hierro caliente. Como olvidarlas?
Durante mucho tiempo no tuve una mesa en mi casa. Hace poco compramos uno -mi companera y yo-. No la usamos más que para apoyar abrigos, bolsos, papeles, libros y otras cosas. Eventualmente la usamos; cuando viene alguien que acostumbra, o le es muy importante comer en una mesa (en términos de ética religiosa), en caso corremos lo que se encuentra sobre la mesa, la preparamos con mantel y todo, y servimos la comida ahí. Algo poco frecuente.
En ese sentido hay un claro de gesto de abandonar ese dispositivo biopolítico (para indefectiblemente) reemplazarlo por otro.
Esa mesa, que esta planteado como luagr de paz, al igual que el mismo vagón de tren donde se firmó el tratado de Versalles y el armisticio de Francia frente a Hitler, deja muy claro los lados de las mesa.
Esa mesa, como lugar de paz, es un lugar de guerra, o de derrota, de vencendores que imponen a los vencidos los lugares en la mesa, los platos de comida y el silencio bajo el que se debe comer.
Este dispositivo de disciplinamiento, esta tecnología de la mesa, no opera tanto a un nivel simbólico o moral, opera sobre el cuerpo. La tecnología de la mesa opera sobre los cuerpos amoldándolos a una manera de sentarse apropiadamente, como disponer los brazos sobre la mesa, como tomar y dominar los cubiertos, como mantener los los codos bien pegadas al cuerpo. Eso es tan solo algunas las actitudes que se deben corporizar para  estar adaptado a ese orden.

Eso en el campo del cuerpo. En el campo de la palabra la mesa también posee un código de lo que puede ser y no ser dicho, de los temas, las palabras, las cuestiones, las modalidades, los niveles de volumen, y por sobre el todo el humor y esa endemonada risa que hace una herejía poder disfrutar la comida.
La clave de la palabra en la mesa, es que mientras menos diga, mejor. La conversación ideal para la mesa es aquella que no dice nada, que no requiere escucha, que no demanda atención, y por sobre todo evade cualquier tensión y toda polémica.
El límite picaresco de la palabra en la mesa y lo que hace de la cena una verdadera tertulia son los chismes sobre gente pública, "famosos", o mejor aún, algún conocido, que permite en este miserable acto sentir una superioridad moral, que no es más que un fé cobarde en que ese orden impuesto de la mesa, retribuirá con virtud los goces y placeres bajos y mundanos que fueron rechazados a cambio de una vida de honor y rectitud.
Ese orden pacífico de la mesa es pacífico siempre y cuando todos los cuerpos se amolden al lugar que le han dispuesto. Si el cuerpo -naturalmente- se resiste a adaptarse a este orden, esta desviación aparece planteada como la anormalidad, lo diferente, lo que debe ser corregido para reintegrarse a ese orden armónico que es la mesa.
Esa diferencia no es considerada una identidad tanto como una desviación que debe ser reencausado en ese orden armónico y pacífico de la mesa donde todo se puede consiliar.
En la mesa todo se puede conciliar: Siempre y cuando se siente bien, agarren bien los cubiertos, pongan los codos pegados al cuerpo, que coman con la boca cerrada, coman lento, no hablen de nada que pueda llegar a decir algo, mantener una conversación neutra, sin polémicas.
En otras palabras, en la mesa se puede conciliar siempre y cuando te sometas a la violencia de esas reglas pacíficas.
Uno podría decir que esto es la hospitalidad, esas noción de ciudadanía universal, ese ideal democrático universal, de la racionalidad comunicativa, el consenso y la paz perpetua. Pues todos estos cierres pacíficos implican someter, conciliar en una sola posición, las diferencias irreconciliables que responden a las necesidades de los cuerpos de atraerse y repelerse, de juntarse y disgregarse, segmentarse, estratificarse, aglutinarse, movilizarse, colisionar,  mezclarse hasta hacerse indistinguibles.
Pero la mesa aunque ofrece comida, no es un lugar hospitalario. La mesa impone un régimen que más con una cuestión de gustos tiene que ver con una noción de cuerpo y hombre que se espera. La hospitalidad no es brindar el propio regimen al invitado, sino el regimen del invitado al invitado mismo. Esto es hacer algo que no se haría. Esto es la hospitalidad.
Pero la mesa tiene sus propias reglas de hospitalidad que deben ser acatadas, a las que nos debemos someter, como gesto de hospitalidad a esa hospitalidad brindada. En otras palabras la paz.
La paz es aquello que sobreviene a una victoria y consigo, una derrota. La paz que se logra en la mesa es una victoria para unos y una derrota para otros.
Sentarse en la mesa, es aceptar esa victoria o esa derrota. Ocupar victorioso o sumiso en el lugar que le corresponde en ese campo de batalla, devenido en mesa de la paz.
Esto es, de alguna forma, algo desplazable al campo de la producción, del capital y el trabajo. La mesa como modo de producción de un tipo de familia, burguesa por supuesto, que no solo provee los medios materiales(la vajilla pintada, los cubiertos de plata, las copas de cristal) como los medios ideológicos para ese orden familiar.
La apropiación de la necesidad biológica del alimento por medio de la escena de la mesa familiar fija (en el mejor sentido de Pablov) ciertos hábitos y conductas que  sujeto aplica de manera ácritica, automática, como un animal que está acostumbrado a ser alimentado a cierta hora. Pero la fijación del comportamiento, de la persona en la mesa -no el perro- no es tanto del horario, sino de la forma de sentarse, como comer, etc.
En otras palabras, en torno a la necesidad del alimento se aplica un dispositivo disciplinario que era incorporar al sujeto mucho más que una manera de sentarse en la mesa, sino una serie de formas y contenidos ideológicos que jugarán un papel importante en el proceso de socialización, y más importante aún, poder marcar las distinciones que los identifiquen con una pertenencia de clase, raza, género y nación.
La escena de la mesa es mucho más que la familia reunida para compartir el alimento. La mesa es la célula de un entramado de fuerzas que intentan dominar e instaurar un orden sobre el sujeto.
En las historias de las instituciones disciplinarias que propone Foucault, como la cárcel, la clínica, la locura, la sexualidad, podríamos incluir en el mismo movimiento genealógico la escena familiar de la mesa. Indagar en los archivos, los rituales de la mesa, en los manuales de catequismo, la pastoral y por supuesto, en la Torah los reglamentos del shabbath.
En este sentido la intención aquí no es descubrir algo oculto no evidente a la vista, sino todo lo contrario, ver lo que se puede ver, ver lo que se quiere mostrar y lo que se deja ver de esta escena familiar.
Ver el devenir de este ritual de la mesa familiar, pero por sobre todos sus interrupciones. Esas interrupciones que ponen al descubierto el montaje de esa escena, que muestra lo que hay detrás del decorado y hace de esa situación una escena artificial, guionada como en una obra de teatro.
La mesa, este lugar inmanente que mantendrá ese lugar central en el proceso de socialización y de construcción de los sujetos. La mesa verá nuevas situaciones que serán las mismas.
Esta propuesta no busca otra cosa que exponer el espectáculo de dicha institución como una tragedia biopolítica y por sobre todo humana.
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2 Comentarios

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