Crítica Literaria: Desde donde interpretar el texto de la ciencia política.

Contribución a una crítica del discurso de la ciencia política
Si uno se preguntara cuál fue el mayor aporte de la ciencia política norteamericana en los últimos diez años –no sin cierto cinismo- podríamos decir la guerra en Irak. El acontecimiento político más trascendente de nuestro tiempo –en términos de la violencia con la que inscribió en lo real- es la guerra con Irak y la ciencia política norteamericana1 fue cómplice de este crímen.
La ciencia política hizo posible la distinción objetiva entre amigos y enemigos. Esto es lo mismo que decir que el discurso de la ciencia política norteamericana –específicamente aquel que encuentra excusa científicas para apuntar el dedo contra Irak, Irán, Corea del Norte, Venezuela, etc.- se ha convertido en un discurso político.
El texto que debía ayudarnos a entender a distinguir entre amigo y enemigo ha hecho esa distinción por nosotros mismos. Un texto –que en su ficción- se considera neutro, objetivo, de grado cero, impasible a la polémica, toma una decisión que es netamente política. Nos dice objetivamente que el enemigo es Irak. Que Estados Unidos necesita intervenir militarmente para preservar la paz y hacer del mundo un lugar más seguro.
Esto nos permite interrogarnos sobre tres cosas. La primera, sobre el punto de vista desde donde podemos leer el discurso de la ciencia política (a la que hacemos referencia).
El segundo aspecto tiene que ver con los efectos perlocucionarios del textos, esto es, sus consecuencias prácticas. Este es el aspecto en el que un texto interviene en la decisión política.
La tercera pregunta es ¿Desde donde debe provenir una crítica del discurso de la ciencia política? ¿Es la misma ciencia política que se debe criticar o esta crítica debe provenir de otro discurso?
La lectura del discurso de la ciencia política descansa sobre el supuesto que es un discurso de la realidad. El discurso de la ciencia política pretende representar una realidad.
La hipótesis gramatológica; que sostiene que los discursos provienen de la escritura y en consecuencia solo podemos acceder a los textos a través de otros textos; abre un campo para un deslizamiento inocente en la clave de lectura. La deconstrucción no es más que eso, un gesto confundido de extrañeza, un ensayo de un punto de vista desnaturalizado, ficcional, que brinde una nueva vía de acceso al texto. Esto es muy cercano a la propuesta arqueológica de Foucault. La idea de ruina y monumento es cercana a la de la marca en sentido que estas buscan el efecto de desorientación que genera lo desconocido, aquello que aparece al intelecto por primera vez, como el encuentro de un envío o el reconocimiento de una diferencia.
La arqueología ofrece ese tipo de lectura –afín a la deconstrucción- que se ve obligado a recrear el discurso del que no quedan más rastros que sus ruinas mudas.
La crítica literaria, en algún sentido, hace un abordaje similar de los textos. En este sentido, el abordaje de la crítica literaria no busca embarcarse en la trama del texto, sino por el contrario, abstraerse de ésta y considerar el texto desde otro lugar. La crítica literaria busca ejercitar un ejercicio de escritura, una variación, un comentario sobre un texto. La clave de ese nuevo texto es el lugar de su enunciación. Este nuevo texto –la crítica- se ejecuta desde un lugar contextual, hablando no desde dentro del texto original sino desde su margen. Un texto que se pliega sobre el borde exterior del texto comentado, lo ordena, lo organiza en la unidad de la obra.
En algún sentido la crítica literaria nos brinda procedimientos para abordar un texto tomando distancia de la realidad que construye su trama. Desde esta perspectiva podemos proponer un nuevo objeto para la crítica literaria, una serie de textos, que como en otros géneros, posee reglas y estructuras, y como todo texto es susceptible de esta crítica. Esta propuesta hace de la ciencia política objeto de la crítica literaria. Esto es una nueva lectura del texto de la ciencia política que crea un lugar de enunciación inmune a la trama que éste teje. Este punto de vista no se interroga sobra la validez o confiabilidad del discurso sino que considera al texto un monumento muerto, una ruina de un discurso ya extinto.
Cuando hablamos de consecuencias –en la dimensión perlocutiva- no nos referimos a “resultado lógico” sino más bien al efecto pragmático del discurso. Podemos encontrar dos dimensiones de este efecto realizativo del discurso de la ciencia política en su versión imperialista. En primer lugar la ficción del texto crear sus propias condiciones de verdad y a partir de las mismas construye descripciones objetivas en las que caracteriza de hostiles a todos los regímenes contrarios a los Estados Unidos9. El discurso de la ciencia política consecuente con la política de Estado de los Estados Unidos (una amplia corriente liberal y demócrata) con su presunta objetividad crea –para su propia trama- un adversario que aparece como en un determinismo estructural.
La ciencia –y no la política- objetiviza el enemigo a partir de una serie de  atributos empíricos. La distinción amigo/enemigo deja de ser una distinción subjetiva, por tanto su ámbito no es la política sino la ciencia.
Esto nos lleva al segundo aspecto de esta cuestión: La decisión política. En la dimensión perlocucionaria, la decisión política es un claro acto realizativo. La decisión es el momento singular en el que discurso ejerce su poder impersonal.
La ciencia política –esta región de ésta, con la que nos hemos ensañado- ha intentado racionalizar la distinción amigo/enemigo reduciéndolo a un cálculo. Esto sin duda le ha resultado muy práctico a la política exterior norteamericana de la administración Bush que utilizó el discurso de sus asesores técnicos en esta materia –que aseguraban que Irak poseía armas de destrucción masiva (algo que se probó que era falso)- para plantear la necesidad de invadir este país.
Esta racionalidad en la decisión enmascara mucho más de lo que parece. Es como si después del 11 de septiembre (sino antes) se había tomado la determinación de echar mano sobre el petróleo de medio oriente y se necesitaba una buena excusa para justificar esta acción.
En algún sentido podemos considerar que la excusa para la guerra sería la más antigua, la política. Esto es fundar la guerra en lo pasional. Por el contrario, el argumento de la guerra es racional, es científico y por tanto objetivo. Esto hace de la distinción amigo/ enemigo al racional, frío, necesario y no un impulso sádico. Esta es la consecuencia perlocucionaria más significativa. El acto por el cual la ciencia desplaza a la política distinguiendo por ella entre el amigo y el enemigo.
Por último la pregunta: Entonces ¿Desde donde debe provenir el discurso que critique a esta ciencia política? Esto apunta a si la misma ciencia política es capaz de criticarse a sí misma.
No es casual que tratemos esta cuestión junto a la crítica literaria. Hemos visto como al utilizar aquí el término ciencia política tuvimos que localizar una región muy específica. El valor polisémico de “ciencia política” es tan amplio que podemos estar hablando de cosas muy distintas al hacer referencia a ésta. Esto –no sin dificultades- crea la posibilidad de que desde dentro de la ciencia política provenga un discurso que consiga hacer una crítica del discurso de la hostilidad contra regímenes no afines a los Estados Unidos.
Independientemente de la procedencia de esta crítica; deberá provenir de una consideración de los textos como la crítica literaria. El punto de vista de esta crítica no puede estar situada en el nivel de la argumentación del texto sino en los supuestos que traman su validez.
Un elemento –tal vez estructural- de esta crítica es que se debe reconocer como comentario de un texto. Esta crítica tampoco posee una afinidad íntima con lo óntico, es decir, esta crítica tampoco nos acerca más a la verdad. Por el contrario, ésta crítica, señala (en el texto que denuncia) el artilugio por el cual usurpa lo real. En este caso, como en la crítica literario, discurso se reconoce como un comentario, una variación de un texto. La crítica literaria no reivindica una realidad última que compara con la del texto juzgando su adecuación en tanto representación de un objeto.
La crítica, si quiere provenir desde dentro del mismo discurso de la ciencia política deberá contemplar lo aquí expuesto.
Notas.


1  Si no el grupo de intelectuales que apoyaron el “New American Century” como Samuel Hungtinton, Francis Fukuyama, Robert
Kagan, entre otros.

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